Se les debería caer la cara de vergüenza. Pero no se les cae por la sencilla razón de que no tienen. Tampoco los anillos cuando de recortar a quien menos tiene se trata. Y por eso mismo ocurre: quien menos tiene, también carece de los suficientes recursos para contraatacar y eso le convierte en una presa fácil, el rival más débil contra el que el poderoso se siente todavía más poderoso y centra toda su saña, o casi toda: siempre guarda en la recámara. En este reino de los despropósitos, no parece que el año nuevo vaya a traer buenos propósitos para nadie (excepto para José Blanco, que quiere mejorar su inglés. Lo acabo de oír en la radio: está pasando). Los surfistas aprovechan el temporal y los piratas, esquilmado el botín, matan a los peces a cañonazos en protesta por la tormenta. Ya en tierra, queman sus naves y apuran el último cartucho para hacer fuego en la playa. Han cortado todos los árboles y ya no crece nada. De día, no habrá dónde guarecerse del sol. Pero ahora, en el frío de la noche, de una noche de ruido, charanga y fogonazos que se confunden con un ataque aliado en el desierto, la oscuridad les ampara y se sienten a salvo. Recurro al poeta, al trobador para que glose como se merece esta época que nos ha tocado vivir, y para no olvidar.
