Se me acabó Dios y las últimas esperanzas de vida ultra terrenal cuando supe que murieron niños el 19 de septiembre. No había justicia, ni verdad, designios secretos o lugares mejores y de soles perpetuos. Solamente el azar, ni triste ni benevolente. En esta ocasión me había sido favorable, pero a otros no. Sin planes, la Tierra ciega se movió y nos tiró. Derrumbó los edificios que erigimos en su piel, destrozó caminos que arañamos en sus valles, con una indiferencia abrumadora hacia nosotros, pequeños, oscuros y con miedo.
El terremoto del 7 de septiembre nos inspiró un sentimiento vago. Pueblos asolados, donde no hay tuits. El 19 fue bien distinto: llegó el caos al monstruo de diez millones de cabezas, que sintieron que la muerte les tocó la puerta.
Todos los días despertaba a las cinco de la mañana, segura de que temblaría de nuevo y esta vez no correría con suerte. Otros, aún lloran a mares o se imaginan la alerta. Hay quien quiere ser indiferente, y no sabe que la angustia le golpeará en unos meses, o en unos años.Algo se quebró en la ciudad y en cada uno de los que la habitan.
Nos salvó el miedo y la empatía, y así salir a buscar vida debajo de los escombros. La ayuda abundaba, y hasta entorpecía. Pero fueron los civiles quienes se movieron, frente a un gobierno que tiene como prioridad no dejar caer la economía de la capital, y cuyo fin era volver a la normalidad lo más rápido posible, como fuere.
Hay pesar por los que se fueron. Por los desaparecidos, por los hallados. Por los que salieron pero no resistieron mucho más. Por aquellos que experimentaron la total oscuridad, el polvo y el concreto encima de la cabeza. En cada uno de ellos estamos los sanos y salvos.
Quedan algunos pensamientos para rumiar:
¿El dolor es más grande cuanto es mayor el número de víctimas o cuando pertenecen a nuestro entorno?
¿El gobierno realmente tiene miedo del poder político del pueblo, o sólo de que se pare la producción, el ritmo y el flujo de consumo tras una catástrofe?
¿Nos mató la Tierra o nos mató la corrupción?
Laura Leticia Valencia (Puebla, 1993). Editora y redactora para medios impresos y digitales. Estudió la licenciatura en Filosofía.