Revista Cultura y Ocio

¿Se nos olvidó ya la Crisis Islandesa? (Parte I)

Por La Cloaca @nohaycloacas

Publicado por José Javier Vidal

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Será por su remota ubicación en las inmensidades del Atlántico Norte, por su reducido tamaño demográfico y económico, por todas las crisis y “rescates” que han venido después – el irlandés, el portugués, el chipriota, el español…-, quizá, sobre todo, por la interminable crisis griega que ha amenazado con llevarse por delante al propio euro, la crisis financiera islandesa ha quedado, parece, sumida en el olvido. Al menos, lo confieso, ese ha sido mi caso. En su momento, años 2008 y 2009, la seguí con muchísimo interés, tanto sus causas, como su evolución y los pasos que iban dando los islandeses para superarla. No era el único. Se escribieron libros sobre aquel país y cómo estaba encarando la crisis y entre los indignados del 15-M las referencias a Islandia e, incluso, la imagen de su bandera eran frecuentes. Todo lo que vino posteriormente empequeñeció la crisis islandesa, la redujo a un problema marginal, casi irrelevante, en el marco de la crisis económica mundial. Los medios de comunicación que antes dedicaban parte de sus portadas a lo que ocurría en el pequeño país nórdico pasaron a olvidarlo. Estaban demasiado ocupados con los problemas del euro y, en el caso de España, con nuestro propio infierno económico, como para prestar atención a lo que sucedía en una diminuta y excéntrica república de 300.000 habitantes.

Error. La manera en que la banca islandesa se hipertrofió hasta un colapsar y arrastrar consigo a todo un país, su estudio y análisis, pueden, de la misma forma que, para el patólogo, lo es el estudio detallado de los síntomas de las enfermedades en sus manifestaciones más agudas, ser de la máxima utilidad para los economistas y juristas interesados en prevenir y, en la medida de lo posible, evitar crisis financieras. Precisamente por la desmesurada importancia que adquirió su sector bancario y la relativa sencillez de su economía, el caso islandés ilustra perfectamente adonde pueden llevar los excesos financieros y también nos da posibles soluciones para evitarlos. Por fortuna, la lectura casual de, más que un artículo, una noticia sobre la franca recuperación islandesa, me recordó las desventuras y aventuras económicas de la isla y me puso, de nuevo, sobre la pista de su economía. Esta ha sido su evolución reciente y esta, su situación actual.

Conviene dejar claro desde el principio que el caso islandés es muy diferente al argentino y al griego. Los lectores del blog ya conocen estos: Dos países atados al patrón oro o patrón divisa, es decir, sin autonomía monetaria, y endeudados, cuyas economías, encorsetadas por la escasez de liquidez, caen en depresión. Islandia, en cambio, tiene moneda propia. Su crisis es causada por el descontrol de sus bancos. Vamos a verlo.

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En 2001, el sector bancario islandés se “desregula”. “Desregulación” es el eufemismo que usan ciertos economistas para referirse a la abdicación que hace un Estado de su potestad de dar normas y supervisar un sector clave de la economía, en este caso, el bancario. Se confía en el buen hacer de los propios agentes económicos y se les deja actuar sin cortapisas. En mis indagaciones en Internet, no he podido encontrar el detalle de la “desregulación” islandesa, pero, supongo, consistiría en que la banca apenas tendría que sujetarse a normas en su funcionamiento – ratios de capital, liquidez, control de riesgos, etc. – y, en consecuencia, a poca supervisión estaría sometida – si no hay normas que cumplir, ¿Qué es lo que hay que supervisar? – . Con total libertad de actuación, los bancos islandeses deciden hacer dinero endeudándose a corto plazo y prestando a largo. En la diferencia de tipos a corto y a largo está la ganancia. Hasta ahí, todo normal y correcto. Esa es, precisamente, la función del sistema financiero en general y de la banca en particular: captar recursos de los ahorradores para, después de su oportuna transformación en riesgo y plazo, ponerlos a disposición de consumidores y empresas para financiar sus compras e inversiones. El problema empieza a surgir cuando el desequilibrio entre los plazos de los depósitos y de los préstamos es demasiado grande. Si, además, los recursos se captan en el extranjero y en divisas, el problema que se está gestando puede ser, al final lo es, más grave. Eso es justo lo que hizo la banca islandesa. Casi el 70% de su deuda estaba denominada en euros, dólares, libras y coronas noruegas. La idea era aprovechar no sólo la diferencia entre tipos a corto y a largo, sino, también, la diferencia entre los tipos nacionales y los extranjeros. Estos últimos eran notablemente inferiores a los islandeses. En resumen, la banca de la isla captaba en el exterior recursos a corto plazo en moneda extranjera que, en buena parte, transformaba en préstamos a largo plazo para residentes en moneda nacional. Estos préstamos en coronas se destinaban fundamentalmente a la industria del aluminio, uno de los puntales de la economía islandesa, y a la construcción (¿Nos suena esto?). Esta transformación de los recursos exteriores en moneda nacional tuvo un doble efecto negativo. Por un lado, el aumento del dinero en circulación – éste creció en Islandia entre 2002 y 2007 un 450%, mientras que en Estados Unidos en el mismo periodo lo hizo un moderado 16% – provocó inflación – el 14% en 2008 -; por otro, el mayor “poder de compra” de los islandeses – poder de compra ficticio porque no estaba respaldado por una capacidad de producción aumentada sino por deuda – llevó a un incremento de las importaciones y, en consecuencia, a un déficit exterior que alcanzó en 2006 un fabuloso 30% del PIB (Esta canción suena también muy “española”. Nuestro déficit exterior llegó a ser, términos absolutos, el segundo más grande del mundo).

Este proceso de endeudamiento reporta enormes ganancias a la banca y, en especial, a los banqueros, así que continúa hasta un punto en que la situación se hace insostenible. Si, en 1994, cuando el peso se derrumba, la deuda externa mexicana asciende a 12 veces sus reservas internacionales, y, en 2001, cuando la “convertibilidad” estalla, la deuda de Argentina es 5 veces sus reservas, en 2008, la deuda externa islandesa es 32 veces superior a las reservas de divisas del país. La quiebra de los bancos islandeses y, con ellos, la del país era ya inevitable.


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