Revista Cultura y Ocio

Se publica el Octavo Número de Revista Monolito

Publicado el 01 agosto 2013 por Javier Flores Letelier

Cierto es que desde que el hombre dio cuenta de sí mismo, tuvo la necesidad inherente de expresarse de distintas maneras, de ahí el arte. Pero expresarse a través de un género artístico no quiere decir que el resultado de ese ejercicio sea arte ni mucho menos. No por esto se debe, tanto individualmente como colectivamente, detener o cortar de tajo la necesidad por decir lo que se piensa, en este caso concreto, por medio de la escritura. Esta gran necesidad humana se motiva aún más debido al gran deterioro social que conlleva una serie de factores negativos que afectan al individuo desde el punto de vista material y espiritual. Una de las aristas del arte por la cual se hace presente la inconformidad generalizada —consecuencia de una sociedad deprimida por el hartazgo, conformismo, servilismo etcétera— en estos tiempos, ya sea directa o indirectamente, es mediante la literatura que es, entre tantas muchas cosas, escape, exilio, búsqueda o encuentro con lo otro, reencuentro, resurrección, exorcismo, rebeldía, crítica; pregunta, respuesta, limpia, catarsis: mundo de esencias energéticas en movimiento perenne, lo vivo, y lo vivo genera en el lector sentimientos afines o contrarios que en éste provocan, inevitablemente, un cambio ya sea momentáneo o duradero, se crea una conexión entre escritor y lector por medio del texto y allí, el lenguaje; cadena que con suerte culminará en cambios sustanciales de manera individual o colectiva. Sin embargo, la literatura —como en todas las artes— hay piezas muertas, no se puede entender la existencia de lo vivo sin su contrario. La escritura seca, acartonada, compacta, cuadrada, simple, sin exigencia, ni búsqueda y por ende sin crítica no conseguirá el ritmo, el movimiento y sin esto no alcanzará la categoría de literatura —arte— porque indudablemente será un producto y solo eso. ¿Producto de consumo? Da igual, es un objeto en el que no se encontrará diferencia alguna si se le compara con otro material que tenga por objeto entretener, adornar, coleccionar y nada más. El objeto es inmóvil por ser inanimado y todo lo inanimado carece de vida y sin ésta no habrá forma de crear el puente de comunicación que es el lenguaje –no podemos confundir el lenguaje que genera el arte, con el hecho de que una “obra” entretenga; si se entendiese de ese modo habrá un hecho irrefutables: el no conocimiento de la existencia del lenguaje primigenio debido a la confusión de términos entre idioma y lenguaje.

Como nunca antes —gracias a los medios electrónicos— tenemos la posibilidad de ver y comparar estas dos grandes diferencias existentes en el terreno de la escritura. La literatura como arte y la literatura como objeto. Nunca antes habían estado tan cerca como ahora. Nunca antes estas fuerzas se han expuesto al punto de reconocerse y enfrentarse. Los lectores de ambas literaturas inclinarán la balanza a favor o en contra. Es claro que una de estas literaturas quedará bajo la sombra de la otra, pero ¿cuál será ésta?

Juan Mireles

 
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