Cobertura especial de Espectadores.
Aunque La mirada del silencio debería integrar la programación de todo festival o ciclo de cine especializado en Derechos Humanos, no está de más celebrar la proyección del documental de Joshua Oppenheimer en el 16° FICDH. Festejarán especialmente los espectadores que quisieron -y por algún motivo no llegaron a- verlo meses atrás en el 17° BAFICI. Festejamos quienes encontramos en este largometraje otro argumento para defender, reivindicar, agradecer las políticas de verdad, memoria, justicia implementadas en nuestro país.
A contramano de lo que algunos puedan suponer, La mirada del silencio no es la mera prolongación de El acto de matar, película anterior de Oppenheimer que también se proyectó en una edición del BAFICI y en el antes denominado DerHumALC. En todo caso, se trata de otra aproximación a un mismo tema: las secuelas que un crimen de masas y la impunidad de sus perpetradores dejaron en la sociedad indonesia.
Si la primera película nos traslada a las cabezas podridas de los (ahora viejos) ejecutores de la purga anti-comunista que Suharto -alias Dady Dushi– ordenó en 1965, la segunda nos invita a acompañar al oftamólogo Adi en su intento por reconstruir, digerir, acaso perdonar el asesinato de su hermano Rami. Por supuesto, las une cierta relación de continuidad (los verdugos hablan hasta por los codos de sus proezas criminales; luego callan o contestan apenas cuando el familiar de una víctima los interpela) pero cada una gira en torno a un eje que le es propio.
The look of silence (éste es el título internacional) gira en torno al vínculo con el pasado, a la alternativa de dejarlo atrás o de considerarlo parte indisociable del presente, incluso del futuro. Indiferente a la sugerencia de la mayoría de sus compatriotas, el protagonista elige la segunda opción: repasa fragmentos de declaraciones filmadas y se reúne con sus interlocutores, algunos de ellos vecinos y pacientes/clientes, para darle vueltas al asunto.
Segunda oportunidad para ver el film de Oppenheimer en Buenos Aires.
Oppenheimer recurre a primeros planos que, sin ser agresivos, consiguen desnudar las miradas, mostrar los sentimientos que las atraviesan: dolor, pena, indignación, desconsuelo, incomprensión, impotencia en Adi y su madre; morbo, molestia, enojo, arrogancia en los asesinos; algún destello de vergüenza ajena en los parientes de los victimarios; luto, dolor, remordimiento en el único sobreviviente entrevistado.
Acaso por sus virtudes poéticas, The look of silence sensibiliza más allá de la conmoción que pueda causar el repaso de una masacre ocurrida en tierras lejanas, cincuenta años atrás. A su manera, Oppenheimer invita a reflexionar sobre el “lado oscuro” del ser humano en palabras de Elisabeth Roudinesco y/o sobre la “banalidad del mal” que Hannah Arendt describió tras haber asistido al juicio contra Adolf Eichmann.