Me gusta el cine de Eric Toledano y Olivier Nakache por lo que tiene de directo, sencillo y aferrado a realidades cotidianas. Y también por su capacidad para extraer de ellas historias eficaces desde el punto de vista de la narración y de las reacciones del espectador. Estaban en mi mapa desde Aquellos días felices (2006), una sentida y divertida crónica de las colonias escolares noventeras, con su mezcla de transición a la adolescencia, recuerdo entrañable y contrastes no tan acusados entre monitores y alumnos. Ahora le toca el turno a una historia más adulta, la relación entre un tetrapléjico millonario y un senegalés exconvicto que, contra todo pronóstico, se convierte en su cuidador personal.
Intocable (2011) no es un nuevo Mar adentro (2004) ni una variante sensible de Million dolar baby (2004), ni una variación mejorada del Boudu salvado de las aguas (1932) de Renoir, a pesar de que el punto de partida argumental haga pensar que sí. Tampoco es una reflexión sobre el sentido de la vida cuando eres un discapacitado sensorial extremo, ni sobre las bondades del arte, el culto a la belleza y la introspección como bálsamos contra la inmovilidad forzosa. De hecho, el tetrapléjico millonario (Philippe, interpretado por François Cluzet), condenado a una existencia vegetativa debido a su tetraplejia, cree que unos cuidados médicos de alta gama y una adecuada estimulación artística son suficientes para sobrellevar su carga. Hasta que aparece Driss (Omar Sy, en el papel de su vida, que marcará sin duda su carrera como actor), un emigrante senegalés de familia desestructurada recién salido de la cárcel, para trastocar su previsible y ordenado mundo.
No es la primera vez que un filme aprovecha los contrastes sociales para montar una fábula sobre las cosas auténticas que se pierden los ricos, el mérito de Intocable es que no ha aprovechado --como hace la mayoría-- para colar moralinas populistas ni enfatizar el drama barato. De lo que casi ninguna película se ocupa es de los beneficiosos efectos de un ambiente adinerado en obreros con precondiciones para el aprendizaje. De nuevo, Toledano y Nakache aciertan al mostrar los progresos de Driss como una maduración a través del trabajo, la responsabilidad y, por qué no decirlo, la oportunidad de moverse en un ambiente ultrapastoso que le abre las puertas de lugares exclusivos en los que puede exhibir su naturalidad y escandalizar con su pragmatismo (a veces cruel, a veces realista, siempre divertido). Ya reflexioné --a raíz de Un verano en la Provenza (2007), también francesa-- acerca del enorme esfuerzo que requiere recuperar para la sociedad a un ser humano; entonces olvidé mencionar la satisfacción que, en cambio, produce la recreación cinematográfica de ese proceso cuando no se pierde de vista la realidad ni la perspectiva humana.
La película ofrece un repertorio tronchante de situaciones cómicas (basadas en el contraste entre el ambiente refinado, pedante y mojigato de Philippe y el comportamiento franco y directo de Driss) y réplicas geniales del senegalés, algunas totalmente inconvenientes por su sinceridad demoledora. La seriedad, el dolor, la tristeza, la impotencia, también el drama, todos ellos encuentran su lugar en un momento u otro, sin que resulte forzado, y eso hace que la película bascule con maestría entre el humor y una calculada intensidad, verosímil y entrañable. Pero sobre todo me quedo con la escena en que Driss, por primera vez, toca a Philippe no con intenciones terapéuticas (cada mañana debe masajear su cuerpo y "vaciarle el culo") sino para mitigar su sufrimiento: a partir de ese instante, en el que intercambian sin saberlo alegrías y preocupaciones, su relación deja de ser meramente laboral para convertirse en una amistad vital. El contacto entre seres humanos, viene a decir la escena, y creo que el filme entero, es el catalizador más importante de las relaciones humanas, y no es que crea que lo estamos perdiendo, porque nos tocamos bastante, pero debería ser más espontáneo y desprovisto de significaciones convencionales. Así que, como decía Sabina, «que se toque la gente....» después de disfrutar de Intocable.