Revista Cine
El reciente fallecimiento de Lynn Anderson, conocida sobre todo por su interpretación del precioso clásico "Rose garden", me ha traído a la memoria recuerdos de mi infancia, de aquellos sábados por la mañana, cuando mi madre limpiaba la casa mientras yo esperaba el programa de Torrebruno, y en el tocadiscos sonaba uno de aquellos míticos recopilatorios de EMI o CBS con los grandes éxitos del año: "Nunca llueve en California", "Cabaret", "Salta, pequeña langosta" o la ya mencionada "Rose garden".
Pasaron un par de lustros y cuál no fue mi decepción cuando, un triste día de mi adolescencia, mis hasta entonces amigos empezaron a tararear idiotizados las canciones de un abominable grupo musical llamado Duncan Dhu. Entre los éxitos de los Dhu figuraba "Jardín de rosas", una escalofriante masacre de la canción de Anderson. Para mi desolación, mis amigos se reían de mí si les decía que aquella melodía que los volvía locos era más vieja que los piojos, por no mencionar que la letra de la nueva y nauseabunda versión decía lo contrario del tema original, que era casi un manifiesto antiedulcorante.
Aparte de no saber cantar, Duncan Dhu se caracterizaban por el uso, abuso y hasta monopolio de los clichés y topicazos más cursis de la historia de la música. Sus canciones hablaban de chicos solitarios que, tras pasarse la tarde dando vueltas en su oscura habitación, salían de casa, bajaban por la calle gris, llegaban a la vieja estación y se sentaban a esperar el tren del ayer.
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Y entre tanta cursilería, lugares comunes y latiguillos, me he acordado de lo que al respecto decía aquí, en la entrada Breve glosario de clichés, y me he dado cuenta de han pasado ya ¡cuatro años! de aquello. ¡Dios mío!, me atrevería a afirmar que el tiempo vuela. En todo caso, tanta nostalgia, tanta reseña atrasada por culpa del señor Proust, tantas semanas por delante sin acceso a internet, y tanto material proporcionado por nuestros suplementos culturales me han impulsado a dejar aquí, antes de irme de viaje, este segundo breve glosario con algunos de mis topicazos y lugares comunes preferidos de la crítica literaria de ayer, de hoy y de siempre.
Así que manos a la obra, que es gerundio.
Un guiño al lector: nuestro agudo crítico celebra con esta expresión su perspicacia y sus vastos conocimientos literarios. Así, si en una novela nos encontramos con un personaje que se llama Humberto, diremos que el autor hace un guiño a Nabokov. Una biblioteca muy grande es un guiño a Borges. Una gabardina es un guiño a Raymond Chandler.
Complicidad: concepto imprescindible en la crítica literaria moderna. Cuando el autor piensa que, en sus alusiones y guiños (ver anterior), se ha expresado de manera que hasta el más zoquete le podrá entender, diremos que "tiene complicidad con el lector".
El autor se reinventa: después de siete novelas sobre asesinos psicópatas, el autor decide que lo que siempre ha querido escribir es literatura infantil, y prueba suerte con una fábula sobre tejones, búhos y ardillitas. Es el momento de decir que el autor se ha reinventado.
Todo por la raza
Escritor de raza: dícese del autor sumamente prolífico. Verbigracia, Lope de Vega, Corín Tellado o Simenon. No obstante, también se aceptan autores menos prolíficos siempre y cuando sean alcohólicos. Así, Hemingway, Scott Fitzgerald y Malcolm Lowry fueron escritores de raza.
Clásico moderno: dícese del best-seller de calidad (ver siguiente).
Best-seller de calidad: novela histórica con prudentes dosis de asesinatos, sexo y filosofía, sabiamente combinadas.
¿Sólo va de gángsters? Póngame más niveles de lectura, por favor.
La obra tiene varios niveles de lectura: el lector superficial podría pensar que se trata de un libro de cocina, pero el crítico podría demostrarnos, si el espacio se lo permitiera, que se trata de una despiadada sátira de la hermenéutica kantiana.
La poética: contrariamente a lo que podría parecer, este término no está relacionado con la poesía, ni tan sólo con la literatura. De hecho, no tiene relación con nada, pero es la mar de resultón. Instrucciones de uso: en lugar de hablar de la obra de Kundera, diremos "la poética de Kundera". Asimismo, en ocasiones estupendas, evitaremos hablar, por ejemplo, del concepto de la muerte, y lo sustituiremos por "la poética de la muerte". En definitiva, no caigamos en la vulgaridad de "la importancia de la crítica literaria" cuando, con muy poco esfuerzo y por el mismo precio, podemos hablar de su poética.
No se puede entender la literatura del siglo XX si no se ha leído a este autor: un modo de llamar ignorante al comprador sin que éste se entere.
No se puede entender la literatura española sin ella.
Y se acabó lo que se daba. Ahora toca descansar del calor, descansar de los alumnos, descansar de Proust, descansar del blog, descansar de nuestros gurús, desearos a todos unas buenas vacaciones y esperar que nos volvamos a leer en septiembre, un mes que vendrá, cómo no, cargado de sorpresas.