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Segundo concurso RetroRelatos de RetroManiac - Billy siempre se queda con la chica

Publicado el 17 julio 2015 por Retromaniac @RetromaniacMag
Segundo concurso RetroRelatos RetroManiac Billy siempre queda chica

Primer puesto 2º Concurso RetroRelatos de RetroManiac
Billy siempre se queda con la chica, por Axel A. Giaroli
—Javier, ¿puedes dejar de jugar un rato con los marcianitos para ayudarme a recoger las cosas?
El chico alzó la vista por encima de su iPad, durante unos instantes vio al adulto que lo miraba enfrente de él con los brazos en jarra. Resopló con cierto deje de fastidio y, de forma insolente, volvió a volcar su atención en la pantalla de su aparato.
—¡Dame eso! —exclamó el hombre mientras le arrebataba el periférico de las manos—. Aquí todos tenemos que poner de nuestra parte, ¿sabes?
Javier intentaba recuperarlo, pero no lo conseguía.
—¡Devuélvemelo, Juan! ¡Estaba a punto de pasarme esa pantalla!
—Ya tendrás tiempo de jugar a... —observó el videojuego durante unos instantes—, ¿Papers, please? En fin, estos juegos de hoy... ¡de cualquier forma estamos en medio de una mudanza! Venga, no me hagas tener que repetírtelo.
—Eso es porque tú quisiste, no tengo porque aceptar órdenes tuyas. ¡Te recuerdo que no eres mi padre! ¡Por mucho que lo pretendas, jamás serás como él!
Juan lo fulminó con la mirada. En ese momento, el chico supo que había llegado demasiado lejos. Un incómodo silencio precedió a la situación. El muchacho se sentó una vez más en el sofá, desde su perspectiva, el hombre se había tornado intimidante. Entonces, el adulto señaló hacia el pasillo.
—Ve de inmediato al desván a organizar y a ordenarlo todo de una vez. Y que sepas que estás castigado sin jugar con este cacharro durante al menos, dos semanas.
Javier se levantó. Rápido como el rayo, se dirigió a cumplir con lo que le habían ordenado.
***
A lo largo de cerca de dos horas estuvo removiendo las cajas de la azotea de un lugar para otro. El sitio, parecía no haberse limpiado de polvo desde hacía años. Al principio estuvo pensando en lo que había sucedido antes con su tío. Tenía la convicción absoluta de que aquel trato era injusto. ¿Por qué tenían que haberse mudado? ¿acaso era culpa suya el que aquello hubiera pasado? ¡Bastante difícil le resultaba ya de por sí el haber tenido que lidiar con ello! Por no hablar de haber abandonado a sus amigos de la escuela y tener que adaptarse a una nueva ciudad. ¡Encima de todo eso debía organizar cajas! Además, ¿qué tenía en contra de los videojuegos? Parecía que siempre que lo veía jugando lo quería fastidiar a propósito: «¡Javier, deja ya los marcianitos y ponte a estudiar!» o: «¡Sal a la calle a jugar, que se te va a quedar la cabeza cuadrada de tanto frikear!», y a veces también: «¿Otra vez con los marcianitos? ¡agarra un libro y haz algo distinto, hombre!».
«Marcianitos, marcianitos,...» —pensaba el niño—. «¡Son videojuegos, Juan! ¡Actualízate de una vez! Nadie usa la palabra “marcianitos” desde hace más de veinte años!»
Aunque lo cierto es que tenía admitir que se había pasado. No estuvo para nada bien haberle dicho aquello al tío Juan. Pues el hombre, tras lo sucedido, se había encargado de cuidarle como si fuera su propio hijo. Quizás...
Fue entonces cuando lo encontró en una vieja caja.
Aunque lleno de polvo, se veía en perfecto estado: una consola de tiempos antiguos. No la reconocía, pues nunca se había molestado en averiguar por Internet nada que fuera más viejo que el GTA San Andreas. No obstante, no había duda alguna de ello. Los mandos, la forma, el cableado... era sin duda un aparato destinado al antretenimiento casero. Juan sopló por encima para quitarle algunas partículas de suciedad.
Durante una rato sujetó uno de los gamepads. Parecía demasiado básico, algo muy rudimentario que a duras penas se había construido para realizar algunas funciones esenciales. Sólo tenía unos pocos botones: la cruceta, select, start y dos accionadores más con las palabras «B» y «A». Se veía extraño...
—Chaval, he pensado un poco sobre cómo te he tratado y creo que he sido un poco injusto. Tal vez podríamos hablar un poco y...
Sorprendido, el muchacho escondió el mando detrás de su espalda. ¡Seguro que si le pillaba se la cargaba por haber estado revisando entre los trastos viejos de su tío! Por desgracia, lo hizo demasiado tarde.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el adulto. Luego, le señaló—. ¿Qué es lo que escondes? —¡Nada, nada! ¡No he hecho nada!
Juan se acercó hasta él, miró el interior de la caja. El chico se preparó para recibir una de las mayores reprimendas de su vida. ¡Cual fue su sorpresa al ver como su tío sonrió!
—No me lo puedo creer. ¡encontraste mi vieja Nintendo! ¿Sabes? Esta fue la primera consola que nos compró tu abuelo. ¡La de picadas que tuve con Alex jugando al Double Dragon! Es increíble...
—¿Alex? —inquirió el niño—, ¿quieres decir, papá?
Durante unos breves momentos, el semblante del hombre se tornó serio. Javier pudo notar la sombra de una lágrima a punto de descender en la zona inferior de uno de sus ojos. Apenas fue un segundo, pero había sido suficiente como para que pudiera percibirlo.
—Sí... tu padre —se giró en dirección a la consola. La sonrisa regresó a su rostro—. Tu viejo siempre fue más chulo que un ocho. Cuando jugábamos, exigía controlar al jugador uno, que era el que más molaba. Además, se cogía todas las armas del juego. Por último, cuando llegábamos al final, que era el momento en que teníamos que pelearnos entre nosotros para conseguirnos a la chica, nunca me dejaba ganar. ¡Menudo vacilón era! Yo me quejaba, pero él me respondía: «¡Billy siempre se queda con la chica! ¡No lo olvides, capullo!» Eso me jorobaba...
El muchacho no entendía de qué estaba hablando. Aun así, fue capaz de advertir como la felicidad le embargaba el rostro al rescatar a su padre en sus recuerdos. Resultaba extraño, pues dicha alegría se empañaba con cierto halo de tristeza que no lograba desaparecer del todo. Su vista se mantuvo fija en la consola. Después, como si de una genialidad se tratara, sus ojos se avivaron con esa chispa especial que aparece junto con las grandes ideas.
—¡Hey, chaval! ¿qué te parece si jugamos un rato tú y yo?
¡¿Jugar a un videojuego con su tío?! Sin duda era un escenario que, ni en un millón de años, se habría llegado a figurar nunca. Javier se sintió algo desconcertado. Simplemente, no sabía qué decir.
—No sé... ¿no deberíamos terminar con el asunto de la mudanza?
—¡Oh, vamos! ¡déjalo correr! De todas formas llevas ya un buen rato ayudando. Cuando terminemos de jugar, continuaré yo por ti. ¡Tómate un pequeño descanso! Con sinceridad, creo que te lo mereces. — respondió. Y cuando terminó, le levantó un pulgar y le dedicó un pequeño guiño.
Sin duda la oferta era tentadora... —En fin, ¿por qué no?
Juan agarró la caja.
—¡Venga, vamos!
***
—Juan, ¿estás seguro de que prefieres manejar el jugador dos? En serio, no me importa. El hombre agarró con fuerza su mando.
—¡No pasa nada! De todas formas ya estoy acostumbrado a jugar desde este lado. Espera a que la encienda. A ver...
Javier observó como a través de la pantalla aparecía el logo del juego. Una cortina musical se escuchó a través de los altavoces del televisor.
—No parece que tenga unos gráficos muy buenos. Juan carcajeó un poco ante el comentario.
—Piensa que es el primer juego de su género. Tiene ya sus años: es de 1988. ¡Pero dale una oportunidad! Verás que te diviertes. Veamos... dos jugadores. ¡Allá vamos!
El muchacho fue testigo de una animación con recursos muy limitados. Desde luego, la primera impresión no estaba siendo tan gratificante como esperaba. Lo que parecían un grupo de pandilleros se acercaban hasta una mujer. Uno de ellos le golpeaba en el estómago y la cargaba encima de su hombro. Luego, todos se marchaban hacia el extremo derecho de la pantalla: la misión comenzaba.
—¿Y esa es la escena inicial de la historia? ¿un tío que le da una hostia a una piva y luego se la lleva?
—En aquella época no necesitabas más. ¡Venga, chaval! ¡no te duermas! Dale duro a esos punketas...
Intentó manejar los controles del gamepad, confirmando así que, tal como sospechaba, las opciones eran muy restringidas. Pulsando la «B» le daba puñetazos a sus oponentes. Mientras que con la «A», realizaba patadas. No podía entender como su tío se emocionaba tanto con aquel juego.
—¿Cómo haces para saltar? ¡Esta cosa no hay quien la entienda!
—¡Ah, sí! Pulsa los botones «B» y «A» a la vez. ¡Ten cuidado! ¡te viene uno por detrás! —¡Joe, qué difícil! No sé cómo podíais divertiros con esto.
Juan se rió, le dio una palmada en el hombro.
—No es el Call of Duty, ¿verdad? Estos juegos son para auténticos hombres de pelo en pecho; hay que estar muy curtido para poder conseguirlo. Te propongo una cosa: ¡vamos a intentar pasárnoslo! Seguro que un chico con unos reflejos como los tuyos es capaz de llegar bien lejos.
Pronto, se imbuyeron en la magia de aquel videojuego. Sintió una conexión con su tío que hasta ese momento jamás había experimentado. En ocasiones, le fastidiaba con alguna de sus bromas. Se la jugaba robándole las pocas armas que salían en los escenarios. Sin embargo, también había tiempo para el compañerismo. Hubo ocasiones en las que le salvó de que uno de los matones del juego le golpease mientras otro le sujetaba. Momentos en que le guardaba la espalda y otros en los que era él quien le devolvía el favor. Muchas fueron las veces que tuvieron que recomenzar el juego, pero a ninguno de los dos les importó. El tiempo pasó con relativa rapidez. Al final, ambos se encontraron frente a frente en la última pantalla.
—En fin, Javier, hemos llegado al final del camino. Toca que nos peleemos por conseguirnos a la piva. — comentó. En su rostro había un atisbo de picardía—. ¡No te creas que te lo voy a poner tan fácil! ¡Venga, enséñame todo lo que tienes!
A pesar de que había pasado el tiempo, su tío jugaba como si nunca hubiese soltado el mando. Los golpes que le daban eran ineludibles. Se conocía todos los trucos, se trataba de una batalla imposible de ganar. El muchacho lo daba todo, pero sin duda no tenía la suficiente experiencia. Apenas le quedaban dos pequeñas barras en su marcador de vida. Sin embargo, no se rendía. Tenía los ojos clavados en la pantalla.
—Seguro que tú y papá os lo pasabais siempre en grande...
Juan no fue impermeable ante el comentario, comenzó a sentir la nostalgia al ver la concentración con la que jugaba su sobrino. Suspiró con profundidad, dejó de pulsar con fuerza los botones del gamepad. Poco a poco, Javier fue ganando terreno.
—¿Qué haces? ¿Por qué lo dejas?
El jugador uno terminó venciendo al número dos. Este se acercó hasta la chica, quien le dio el beso de la victoria...
—¿Por qué hiciste eso? ¡Estabas a punto de ganar!
El hombre sonrió.
—Billy siempre se queda con la chica —respondió—. Recuerda eso, chaval.

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