La gastronomía puede ser un placer pero, para ello, antes debe cubrirse una parte fundamental de la misma: la función nutricional.En el mundo mueren más de 24.000 personas de hambre al día y se estima que unos 800 millones de personas sufren hambre y desnutrición. Justo esta semana la FAO proponía incluir los insectos en la dieta, por su alto contenido proteico, como método para disminuir las cifras de desnutrición, así como para paliar los posibles problemas de demanda alimentaria en un futuro (tal vez no tan lejano).
En África, en países como Camerún, ya comían insectos desde antes de que saliera a la luz esta recomendación, (que tal vez sea una de las soluciones de futuro en el resto del mundo, si se cambia la mentalidad).Pero en estos países no necesitan estas recomendaciones, sino una correcta aplicación de las políticas forestales para ordenar los bosques de forma sostenible. De los bosques obtienen animales de la caza, insectos como los saltamontes y productos forestales no madereros como el gnetum, cuyas hojas se emplean a modo de verduras y las semillas son tostadas. A partir de estos productos no sólo se alimentan las poblaciones del lugar, sino que son la base de su economía. Además, con la conservación de los bosques se evita la erosión del suelo, se genera un mayor almacenamiento de agua en las capas freáticas (lo que permite obtener agua potable) y se limpia la atmósfera de CO2.
Un conjunto de beneficios que revalorizan la necesidad de aplicar una gestión forestal sostenible. En este caso, un elemento como la protección de la vida vegetal, es la solución real a la seguridad nutricional, sin necesidad de más intervenciones, sólo con el hecho de conservar los recursos forestales ya existentes. Una solución que, tal vez, generará futuros placeres encubiertos en un bosque.