Esta entrada es especial para mí, porque hablo de mi experiencia, de lo que he vivido, que no ha sido muy fiel a lo planeado.
He amamantado a mis dos hijitos, 1 año tres meses aproximadamente, todo ha sido diferente en el proceso de cada uno, voy descubriendo fortalezas mías, también salen a la luz mis miedos más profundos, mis inseguridades. La lección más grande que me han dado es “aprender a esperar y confiar en los procesos, en ellos, en la vida”. Saber que no todo es perfecto, que los días salen de mi control, que en la crianza hay dificultades y así estamos bien.
Con Abi todo era nuevo, yo pensaba que sería un proceso fácil, hermoso y natural. La verdad, me costó mucho, soltar la vida que llevaba, mis cosas, mis asuntos, entregarme por completo a su crianza me cayó como balde de agua fría. En esos días me recuerdo como en shock, me sentía fuera de lugar, incómoda, no tenía leche como yo esperaba, no “se prendía” del pecho, yo no sabía hacerlo, me dolía, me sentía inútil en mi nueva vida, me sentía incapaz. Perdida en mi nueva realidad y mi nuevo cuerpo, sabía que ella esperaba todo de mí. Hice de todo, tomaba atoles, panes, galletas, tamales, tés; hablaba con tías, amigas, etc. A menudo escuché que tenía poca leche porque estaba muy flaca y no comía bien, entonces me la viví un año comiendo todo lo que encontraba. Casi en el cumpleaños uno de Abi me percaté que seguía con los mismos kilos de más que cuando nació, 7 kilos. Pero esa es otra historia.
Debo decir que cuando me fui relajando y adueñando de mis nuevas rutinas todo funcionó mejor, yo hablaba todo el tiempo con Abi, le platicaba lo que haríamos cada día, hicimos un clic maravilloso y la lactancia fluyó amorosamente, admiro su fortaleza, su bondad, su confianza en mí.
Cuando llegó Santiago todo fue diferente, mi cuerpo llevaba tiempo generando y cuidando vida, yo sabía perfecto lo que me pasaba, estaba conectada conmigo como nunca antes, cerré oídos a los demás y escuchaba solo a mi instinto; sentía, sabía que mis pechos estaban listos; al día de nacido se pescó y comió sin parar, él succionaba tan fuerte que me impresionaba, así era desde que estaba en mi panza, me movía toda de repente.
Con Abi cuidaba detalles como: los ruidos, las visitas hasta la intensidad de la luz al amamantarla ….. y de verdad, si algo alteraba su rutina, ella dejaba de comer. Con Santi, tenía a Abi pequeña junto a mí, ruidosa, curiosa, llena de vida, lo podía amamantar hasta caminando jajajaja así de mágica es la maternidad; el cuerpo, nosotros, la vida se adapta a cualquier condición para florecer.
Hace poco más de un año que dejé de amamantar, lo disfruté como nada, me siento orgullosa de haberlo logrado con todo y sus días difíciles, con cada niño ha sido diferente, porque cada uno tiene una mamá nueva, abierta a dar lo mejor en cada reto, porque todo cambia y crecemos sin notarlo, cada experiencia cuenta y nos va a ser útil. Sé que si tuviera un tercer bebé sería diferente y lo disfrutaría aún más.
Extraño la cercanía y la magia que se genera cuando amamantamos. Como mi cuerpo estaba listo al tomar a mis bebés, con tan sólo tenerlos cerca. El cuerpo nos susurra, confía.
Comparto lo que viví porque puede ayudar, yo leía blogs de maternidad y me sentía alentada, comprendida. Si estás amamantando y estás pasando por días difíciles, lo estás haciendo muy bien, haces lo mejor que puedes, ya pasarán estos días, atesora la vivencia, los sonidos, el olor de tu bebé, el contacto, porque es solo tuyo y te va a servir para todo lo que viene juntos.
¡Que vivan todas las mamás, celebremos por la vida que gestamos y cuidamos con tanto amor!