Revista En Femenino

Semana Mundial del Parto Respetado 2010.

Por Tenemostetas
Semana Mundial del Parto Respetado 2010.
Estamos en plena celebración de la Semana del Parto Respetado. Para homenajearlo, voy a reproducir aquí un fragmento del libro Saltando las Olas, de la psicóloga reichiana María Montero-Ríos Gil, donde explica cómo llegamos a deshumanizar tanto el parto en la sociedad occidental.
Curiosamente, Elisabeth Badinter ponía, como ejemplo de que el instinto maternal no existe, la actitud de las mujeres de la clase alta francesa de los siglos XVII y XVIII, que entregaban a sus hijos a las nodrizas para ellas "disfrutar de la vida social y conyugal". Aquí, María Montero-Ríos explica detalladamente cómo en esta misma época, al cobijo de los avances médicos de la Ilustración y del auge de la vida cortesana, el parto perdió todo su sentido primitivo y privado,  y se convirtió en casi un "espectáculo" que las reinas daban ante los médicos y los miembros de la Corte.
Esta es la historia de cómo se deshumanizó el parto. Leed, y disfrutad del conocimiento:
"Este fenómeno se impulsó considerablemente a lo largo de los siglos XVII y XVIII, donde la realeza llevó el alumbramiento a un escenario honorífico y lo abrió al público, pues las reinas parían a sus vástagos ante la concurrida mirada de la Corte reunida para la ocasión. Según esta real moda, y por imitación, se reconocía el poder ascendente de las nuevas clases medias mediante su presencia también en el espacio privado.
Con el paso del tiempo, cada vez más habrá ido quedando condicionado el derecho de la mujer de elegir la postura que le pudiera resultar más cómoda a la hora de parir, teniéndose que colocar ella de cara al espectador y desestimar, por tanto, las posiciones de agachada o de cuclillas. El parto se horizontalizó en concesión a la galería a la par que se tornó más complicado. Las costumbres reales vinieron a influir en la nobleza, en las clases pudientes urbanas y en el pueblo llano; el hecho de nacer había perdido la intimidad y la privacidad. Aquella fue una época difícil para el amor maternal -si es que hubo algún periodo histórico más fácil que otros- donde la capacidad humana de desapego se lució con traje de gala. La persona desenraizada no siente sus raíces. La mujer fue adquiriendo un papel cada vez más significativo en la Corte, encontrando al fin un espacio social donde existir y proyectarse, como consecuencia no le quedaba tiempo ni interés para dedicarse a la crianza: los hijos eran amamantados por amas de leche. Las madres no ejercían; sencillamente, delegaban. Entregaban sus vástagos al poco de nacer -habría que decir "abandonaban"- a las nodrizas y no volvían a verlos hasta la adolescencia. De esta manera, se enviaba a las criaturas recién nacidas al campo pagando a unos extraños para que los cuidasen y alimentaran, extraños que ya tenían sus propios hijos y su propia hambre que saciar.
La mortandad infantil alcanzó cotas espeluznantes, y el peso de ese desastre -un verdadero genocidio- cayó con fuerza sobre la reputación de las comadres. La Iglesia y las autoridades decidieron asumir el control de la formación de las matronas y, de paso, introducirse en un mundo hasta entonces feudo de la mujer. El embarazo se "medicalizó", y la confianza de los reyes fue cayendo sobre los médicos -todos varones, pues la mujer no tenía acceso a los estudios-. Se crearon hospitales y se desarrollaron técnicas especializadas, los cambios había que justificarlos con avaces tecnológicos que comportaron mayor utilización del instrumental. Mauriceau inventó los fórceps, Baudeloque desarrolló la cesárea; en los partos aumentó el uso de la anestesia, la asepsia y la higiene y aparecieron también las sillas específicas para partos.
Las medidas que supondrían un adelanto frente a los problemas y las complicaciones se convirtieron en habituales y sistemáticas. La tecnología se apoderó del espacio, con lo que fue descendiendo escandalosamente la asiduidad del parto en casa, que quedo destinado únicamente a quienes no tenían medios económicos.
Se institucionalizó la absurda posición horizontal para parir, útil solamente para favorecer la visión y los movimientos del médico que manipula y extrae. La mujer, cada vez más insegura y temerosa del acto de traer sus crías al mundo, fue depositando en el sistema su capacidad de decisión y autonomía. Con las piernas en alto, los coños pelados y la boca clausurada comenzó una nueva andadura hacia la impotencia y la resignación."
Montero-Ríos Gil, María: Saltando las Olas, 2da. edición ampliada y revisada, Editorial Ob Stare, 2008, págs. 74 y 75.

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