Revista Filosofía

Señales y signos.

Por Juanferrero

Diferenciaremos el signo de la señal. Por su uso común una señal es un signo, pero supondremos que las señales es un concepto más amplio y que los signos son las señales propiamente humanas. En realidad visto así las señales quedan englobadas por los signos porque la comprensión humana no es posible al margen de los signos, y los signos no humanos que denominaremos señales nos son más que una conjetura. Las señales las vamos a suponer anteriores a los signos pero como nuestro conocimiento es por los signos la anterioridad de las señales es una anterioridad posterior, por lo que, a su vez, los signos son respecto de las señales una posterioridad anterior. Esto es así desde la perspectiva lógica, pero también tiene cierto correlato en el planteamiento evolutivo – histórico que utiliza Rousseau en su Discurso sobre el origen de la desigualdad de los hombres (a este respecto la potencia de Rousseau en términos gnoseológicos está por descubrir, y dejar de despachar a Rousseau como muchas veces se hace citándolo de pasada para señalar la cantidad de errores que cometió). El hombre natural (o el buen salvaje) tiene una relación con el medio a través de señales, como lo hace cualquier otra disposición natural, animales, plantas e incluso formaciones no vivas, las cuáles también procesan señales como una tormenta. Este continuo que establecemos lo hacemos porque ponemos como elemento articulador de nuestra comprensión de la naturaleza, la información (aquello que da forma). Suponer que una señal pueda modificar o estimular una disposición natural supone que la imaginación y la memoria son facultades que tienen una naturaleza ontológica y previa a toda gnoseología, pero esta anterioridad es exactamente la misma que la anterioridad que tienen las señales respecto de los signos.

Por tanto, las facultades de la conciencia de la voluntad y la razón, las suponemos como congénitas a la aparición de los rasgos que caracterizan al ser humano y que la historia que hay en la segunda parte del Discurso sobre el origen de la desigualdad de los hombres nos permite seguir esta línea. Por tanto, el estudio de las señales y su constitución ontológica dependen enteramente de las facultades humanas que explican el entramado gnoseológico de los signos. A este respecto Daniel Dennett en su obra La conciencia explicada dice que al principio antes de que hubiera vida había causas y no razones, las razones son la forma de relacionarse los organismos con lo exterior que no lo constituye y de lo que “se alimenta” para mantenerse en el tiempo, sin embargo, nuestra tesis es más radical, la necesaria memoria e imaginación que hay que suponer en estas formas de vida son rasgos ontológicos mismos que no esperan a la vida para tener algún tipo de realidad, la cuestión es que la comprensión de estos procesos es propia del ser humano que da razones de los mismos con sus modelos para explicar, por ejemplo, el tiempo atmosférico y la cuestión de las causas es un tipo de razones más simples y que partiendo de los efectos acotan al menos un estado anterior que produce tal efecto y que se le denomina causa. Pero si la cuestión se plantea en términos de información y que ésta inevitablemente se procesa en términos temporales una tormenta se le ha de suponer una memoria como lo que la mantiene como un continuo en su desarrollo (por supuesto que la profundización de esta identidad de las tormentas también es una cuestión puramente gnoseológica, fruto de la labor científica) y que se modifica con la interferencia de otras informaciones que la hacen desarrollarse y adoptar un movimiento de nacimiento desarrollo y desaparición o extinción. La pregunta por las causas de una tormenta es una pregunta bastante pobre, y que según modelos puede llegar a conclusiones como que la causa de una tormenta de enorme potencia puede ser el aleteo de una mariposa en un lugar muy alejado, pero aún siendo muy espectacular el planteamiento no advierte la profundidad de lo que supone establecer el conocimiento a partir de información y no tanto de sustancias ya formadas. Problemas como el del emergentismo tiene este problema de apuntar a la búsqueda de soluciones y no tanto al planteamiento de problemas. Por eso, suponer la memoria y la imaginación como facultades desprovistas de todo significado gnoseológico pero que se aclaran y distinguen por la gnoseología es retomar en cierto modo las causas eficientes (o sincrónicas) y finales (o diacrónicas) de Aristóteles pero desprovistas del hilemorfismo en el cual materia y forma hacen que estas relaciones queden apresadas en unas formas que no pueden ser más que explicadas metafísicamente y dejando a la materia como un mundo informe y pasivo.


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