“Estoy decidido a mongolizarme” Lo cantaba Jorge Martínez al frente de Ilegales ya en las postrimerías del siglo anterior. En realidad, la canción no tiene demasiado que ver con lo que voy a explicarr (pues era una sátira de la convenciones sociales) pero su estribillo me viene al pelo.
La cuestión es que he decidió renunciar a ser más listo que nadie: ni quiero ser el primero de la clase, ni sacarme un máster dificilísimo, ni forrarme merced a una brillante idea que revolucione los mercados y estampe mi careto en la portada del Times… Mi deseo, cada día más, es ser simple, sencillo y casi tonto. Mostrarme sin necesidad de más vestimenta que la que me marque el ritmo del cielo.
Vivimos rodeados de listos de bolsillo, de expertos de la nada, de asesores en malabarismo… Han sido tiempos de sabiduría líquida, de esa que se amolda a las circunstancias olvidando su misión libertadora. Padecemos un conocimiento insípido aunque no inodoro: porque apesta. En las escuelas y sus diversas continuaciones en forma de universidad, máster o cursos de adocenamiento no enseñan sino prestidigitación,. simulación, apariencia, disfraz… Eso provoca que todos se crean los más listos, superiores, depositarios de una mayor gloria que cuando no se materializa provoca o bien frustración o la carrera de lemmings con meta en el precipio que es la sociedad actual.
Uno ya se encuentra viejo y cansado para tales juegos. La vida dura poco como para despilfarrarla en tales lides. Estamos cerca del final de las concesiones, las risas por compromiso y la nada adornada.
Y si no hay dinero ¿qué importa mientras haya vida? y si no hay prestigio ¿para qué lo necesito? y si no hay gloria será el trino de los pájaros de mi cabeza el que deje constancia de la gesta de estar vivo. A la mierda.