Revista Ciencia

Senescencia celular: te quiero, no te quiero…

Publicado el 23 marzo 2018 por Jal

A nivel celular, el envejecimiento se denomina senescencia. Sin embargo, este proceso va más allá del envejecimiento, situando a las células senescentes en el centro de numerosos procesos celulares tan dispares como el desarrollo del organismo o el cáncer. Durante el desarrollo de un embrión, hay un aumento exponencial en el número de células. Estas deben estar perfectamente coordinadas para ir a dónde deben y hacer lo correcto. Cualquier fallo en esta orquesta celular puede conducir a un desastre.

En este proceso, las células se van topando con diferentes entornos, recibiendo todo tipo de señales. En un caso la señal es de proliferar, en otro migrar a una zona concreta, en otro señalizar o comunicarse con otras células. Cuando hay problemas, algunas células son “eliminadas” o se suicidan, proceso conocido como apoptosis. En el embrión se han detectado otras células que han recibido la orden de no proliferar. Son células senescentes. La comunicación de estas células con otras, mediante factores liberados al entorno celular, parece vital para el desarrollo temprano de órganos. Pasados pocos días, el sistema inmune (la “policía celular”) elimina a las células senescentes. Su ventana de actuación es limitada, y diferente según que estructuras embrionarias se analicen. Es la denominada senescencia programada en el desarrollo -descubierta por, entre otros, el grupo de Manolo Serrano- y se piensa que es la ruta senescente ancestral. A partir de ahí se fue adaptando a las condiciones del organismo adulto.

Senescencia celular

Senescencia celular

Desde que nacemos, nuestras células están siendo dañadas continuamente, y un aspecto clave es evitar que una célula dañada, principalmente en su material genético (ADN), pueda proliferar y propagar ese daño, conduciendo a un cáncer. Un dato: se piensa que cada célula de nuestro cuerpo tiene que lidiar con unas 100.000 lesiones en el ADN por día, provocadas por factores internos y externos. Lógica o afortunadamente, la mayoría se reparan. Cuando la célula “siente” ese daño como irreparable, pone el semáforo en rojo y echa el freno, indicando que ha activado el programa senescente asociado a daño. Esto es bueno. Pasado un tiempo, es la célula senescente la que “llama” al sistema inmune para su propia “retirada”, y así dejar todo como estaba antes del daño. Este equilibrio, activación de senescencia por daño y retirada de estas células, es fundamental y, cuando no funciona correctamente, la “llamada de socorro” se convierte en una puerta para la inflamación crónica y la enfermedad. Lo que era bueno al principio se convierte en malo. Todo este proceso puede dejar de funcionar si nuestro sistema inmune se debilita por enfermedad o, ya puestos, por envejecimiento, o si la acumulación de senescencia se acelera más de la cuenta.

En esta historia nos falta el proceso celular por el cual se identificó por primera vez la senescencia, el acortamiento de los telómeros -el extremo final de los cromosomas-, historia sobre la que ya hemos tratado en reiteradas ocasiones. Después de un número limitado de divisiones, los telómeros llegan a un acortamiento crítico que será reconocido por la célula como daño. En este momento se activa el programa de parada en la proliferación. La célula afectada no podrá dividirse más. Es la senescencia replicativa, y que esto suceda, vuelve a ser bueno el organismo en su conjunto. Con el tiempo, con la edad, estas células se van acumulando, volviendo a tener el mismo problema que antes, dónde la acumulación no es buena. Se termina por crear un entorno nocivo (proinflamatorio), donde se, digamos, “convencen” a otras células para que se vuelvan como ellas e incluso se genera un entorno propicio para el crecimiento de tumores. El sistema inmune debe eliminarlas, pero como se ha comentado antes, con la edad, se pierde eficacia.

Finalmente, aunque la senescencia celular es un programa único y con misiones en el desarrollo embrionario, cicatrización o freno al cáncer, también se requiere una comunicación clara y abierta con el sistema inmune para evitar que termine mostrando con el tiempo, su lado más “oscuro”. Y parecía fácil, ¿verdad?

Cayetano von Kobbe (CBMSO)

DIVULGACIÓN CIENTÍFICA DEL 23 DE MARZO DE 2018

Senescencia celular: te quiero, no te quiero…

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