Revista Cine

Señor Verano.

Publicado el 11 junio 2012 por Francissco

Tenga piedad…Señor Verano.

Sr. Verano, llegará usted dentro de unos diez días según el calendario oficial, pero mis axilas y las de mis conciudadanos ya dan fe de su presencia. Deambular por la ciudad es como hacerlo por una sauna donde te arrojan calderos de lava por las espaldas. Conste que yo odio al Sr. Invierno bastante más que a usted, pero cuando su Ardiente Excelencia, el Señor de los Calores, decide faltarnos al respeto no le sobra piedad precísamente.

Nos hace usted licuarnos, marearnos con lipotimias, pasar sed, estar pegajosos, abrir ventanas, potenciar refrigeraciones, devorar helados repletos de azucar, abusar de la fruta…

¿Sigo? Empapar calcetines, arruinar calzados hasta que optas por la sandalia ignominiosa y obscena. Calcinarte las manos cuando agarras el volante del coche, que se estaba cociendo durante horas. Y ojo antes de salir al sol si eres lechoso de piel como un servidor. La ceremonia previa de embadurnamiento de protección solar es una de las grandes verguenzas contemporáneas, que nos rebaja al nivel de los Yanomami de las selvas.

¿Sería preciso continuar con la lista de ignominias? Torcer el cuello violentamente por culpa de las minifaldas, escrutar el skyline de muslos y carnes al descubierto… Esto, que resulta francamente agradable en un primer momento, se torna en suplicio al poco que caes en la cuenta de que ninguna de estas mozas será tu pareja, salvo que los mares se vacíen y el sol estalle.

Pero todo esto sucede porque ya no entendemos su mensaje estacional. Nos está usted pidiendo a gritos que abandonemos la ciudad, que la maldigamos. Que migremos, tal y como hacen las especies estacionales y las clases adineradas, esas que tienen residencias tanto veraniegas como invernales.

Y no resulta tan complicado hacerlo. La generación de nuestros padres vivió un momento económico donde era factible hacerse con una segunda residencia en zonas que con el paso del tiempo se masificaron -algunas, porque otras constituyen uno de los más grandes secretos del aislamiento nacional- y resultaron ser peor remedio que la propia enfermedad.

Si a la hora de la siesta oyes muchas motos es porque grupillos de adolescentes se dedican a lo que mejor saben hacer, esto es: dar por saco a base de bien. Te queda el consuelo de que con esas motos salen por la carreteras y algunos terminan estampados contra un guardabarros. Pura selección natural.

Pero todo eso no pasa donde yo voy, jeje…

Saludines precalurosos.

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