Aviso para gente razonable: voy a escribir de niños. Voy a escribir de paternidades. Voy a escribir de mi niño. Voy a escribir de mi paternidad. Avisados quedan. Si siguen leyendo, es bajo su responsabilidad, luego no me vengan a decir que si soy un plasta o el típico padre coñazo. Yo no les obligué a seguirme el rollo.
Mi compi Nuria Casas entrevistó hace unos días a Carlos González, un pediatra que ha escrito un libro que suena muy sensato y cuerdo. Al menos, así suena en la entrevista. Y eso es algo a tener muy en cuenta, porque me estoy dando cuenta que en todo este tinglado de la infancia, la paternidad y la pediatría, la sensatez es un bien muy escaso.
Pablo, Cris y yo hemos tenido la suerte de caer en las manos de un pediatra curtido y lleno de sentido común, con el que estamos muy contentos, pero estoy viendo que esto no es lo normal por ahí.
Aquí está Pablo, leyendo una revista sobre animales de granja en la sala de espera del doctor César. La tiene abierta por un artículo sobre cría intensiva de cerdos:
Hace treinta años, todo era más fácil. Uno hacía hijos sin plantearse mucho la historia, y lo llevaba lo mejor que sabía o podía sin pararse a pensar ni adentrarse en los arcanos de la pedagogía ni de la psicología infantil. Pero los padres del siglo XXI nos lo pensamos y repensamos, tomamos la decisión de tener hijos después de mil vueltas y revueltas, y cuando lo hacemos, tenemos a nuestra disposición una cantidad ingente de documentos de los que bebemos con ansia. Tenemos nueve meses por delante para estudiar, formarnos y planear el futuro. Como si no hubiéramos aprendido ya por experiencia propia que el futuro es imposible de planear. Por definición, porque el futuro es así.
Al fin y al cabo -pensamos en los momentos más bajos, cuando más nos abruman los dimes y diretes de pediatras, psicólogos, matronas, activistas de la lactancia, directores de marketing de Imaginarium y un señor de Murcia que pasa por allí y te da consejos de crianza (todo quisqui te da consejos de crianza, es una de esas cosas en las que hay veda abierta para opinar)-, el homo sapiens lleva reproduciéndose 250.000 años con bastante éxito, y hasta hace dos o tres generaciones lo hacía sin la ayuda de pediatras, psicólogos infantiles o best-sellers de autoayuda. Pero no hay caso: lo malo de tener a mano la información es que acabas usándola.
Una de las obsesiones más recurrentes de los padres postmodernos es el sueño. No en plan onírico. No en plan: analicemos el subconsciente o estimulemos la imaginación a través de los sueños. Lo que preocupa a los padres postmodernos es su propio sueño. Poder dormir en paz siete u ocho horas seguidas.
Esto, por supuesto, en nada afecta a su hijo. Ni le beneficia ni le perjudica. Pero como está feo mostrarse tan egoísta, hay que camuflar el tema en un problema del niño. Te dicen que si el chaval no duerme le van a pasar cosas horribles: se sentará en el banquillo en el equipo de fútbol del cole y te traerá amiguicos moros y rumanos a casa. A lo mejor, hasta le nombran picha de oro de una primavera en Chueca. Cosas espantosas que acaban con cualquier persona. Así que, para ponerle remedio, los ‘expertos’ nos ofrecen varios ‘métodos’.
El más popular es el llamado ‘método del doctor Estivill’: un pequeño libro rojo que enseña una fórmula filonazi y rayana con la tortura para conseguir que los niños duerman y dejen de tocar los genitales a sus padres cada madrugada. Por supuesto, la declaración de intenciones dice que es por el bien de los niños, para que crezcan sanos y fuertes, sin sombra de interés por la homosexualidad o por las pinturas de Jackson Pollock, pero el doctor Estivill y yo sabemos que su receta es para mejorar la vida de los progenitores, no de los vástagos.
Yo tuve algunas discusiones con Cris a propósito del librito. Lo leí a instancia suya, y me quedé completamente horrorizado: no entiendo por qué hay que maltratar a los niños para que los padres duerman a pierna suelta. No entiendo qué da derecho a los padres a reclamar una pizca de comodidad. Hay niños que duermen mejor y otros peor. Hay niños que duermen fatal por culpa de unos padres negligentes y otros que no pegan ojo por razones completamente ajenas a los desvelos de sus papás. El ‘método Estivill’ les dice a los padres de todos ellos que si su hijo no ronca como un bendito en un mes es porque son demasiado blandos, porque no han aplicado la receta con el rigor estalinista y tajante que se exige en ella.
Es una frase que he puesto en la novela que estoy escribiendo: la crueldad siempre es eficaz. La brutalidad siempre funciona. Se puede domeñar a cualquiera con coacciones y amenazas. Hitler no fue vencido por el pacifismo ni por la sensatez. Esos fracasaron estrepitosamente, no pudieron hacer nada contra él. Si Ghandi hubiera nacido alemán, habría acabado en un horno crematorio antes de terminar su primera frase: sólo una fuerza más brutal puede derrotar a la brutalidad primera. El dominio es el camino fácil. La cuestión es si es esa la paternidad que buscamos.
En un nivel parecido están los padres que reclaman que el calendario y el horario escolares se adapten a sus necesidades laborales, como si la escuela fuera un aparcadero de niños. ¿Esa es su preocupación por el sistema educativo? ¿Esa es la preocupación que tienen por sus hijos?
Otro topos, muy de abuela, pero que algunos pediatras arropan con argumentos más o menos científicos: no cojan a los niños en brazos, que se acostumbran.
¿Y qué? Mejor para ellos.
Como dice una amiga mía, todas estas cosas se podrían resumir en esta máxima: sobre todo, que no noten que les quieres, que luego se acostumbran al amor.
Ser padre es puto. Y supongo que empeora con los años. Pero, salvo casos aislados, es una elección completamente libre. Si nadie te obliga, ¿por qué te sientes obligado? Tú sabrás si las alegrías de ser padre compensan sus hipotecas -en mi caso, estoy mucho más que convencido-, pero, en cualquier caso, debes asumir esas hipotecas. Y putear a tu niño para que tú pases mejor el trago es, como poco, indecente. Es cierto: es difícil llevar la misma vida que se llevaba antes, hay que hacer renuncias, incluso hay que renunciar a parte de tu sueño, y ningún doctor Estivill tiene derecho a aligerarte de esa carga. Los únicos métodos que pueden librarte de ella son los anticonceptivos. Y esos hay que usarlos antes.
Me da la impresión de que para cierta literatura de autoayuda la paternidad es como un cáncer, como una enfermedad que hay que sobrellevar con amargura.
Tengo demasiado cerca el caso de un padre que renunció a ejercer como tal en cuanto se le puso la cosa un poco cuesta arriba como para reblar en estas convicciones. Lo tengo clarísimo: no quiero atajos ni trucos ni recetas. Sólo quiero un poco de sentido común y de amor.
Yo soy incapaz de ver esta cara que me sonríe como una rémora ni como una molestia que debo atenuar. ¿Y tú? ¿Serías capaz?