Mi amigo, que primero se sintió honrado porque en su momento compartiera con él mis experiencias y preocupaciones más intimas no entendió que también lo hiciera con otros. Al parecer le hizo sentir menos especial, no tan importante para mí como él creía. Se entiende. Tengo otra amiga encantada con uno de sus amigos que cada vez que la ve la levanta en volandas y le da varias vueltas antes de posarla en el suelo; me comentó que era muy probable que no le hiciese tanta ilusión si lo hiciera con otras o se lo viera hacer a otras…
Cómo somos, ¿no? Un acto en sí maravilloso de experimentar pierde automáticamente su valor en cuanto se repite de manera aparentemente indiscriminada. Dan ganas como de decir “a mí ya no me cuentes nada y ni se te ocurra levantarme del suelo”.A mi amigo podría yo decirle, y de hecho se lo dije, que me conmovía que me enseñase sus composiciones con la misma pasión con la que se las enseñaba a músicos más cualificados que yo para apreciarla.¿Son cosas distintas?, en parte sí, pero completamente parangonables en la actitud de quien las recibe. Nos encanta la exclusividad, pero más que nos la den que darla; a quién, en nombre de qué.Es el que escucha quien podrá hacer de ese soliloquio un acto de comunicación con mayúsculas, un intercambio de pareceres, de buenas preguntas y hasta de confidencias que lo conviertan en único. Tanto como quien recibe el abrazo podrá agradecerlo de manera genuina.
Pasa lo mismo con el amor, la amistad y las relaciones de cualquier tipo. Me gusta pensar y lo digo a menudo que las relaciones suponen la posibilidad de constituir aleaciones imposibles. Es sospechoso, ¿tan malo será ofrecerse en principio con la misma franqueza, con el mismo cariño, con la misma pasión a éste o al otro amigo, a tu hermano o a tu hermana, a papá o a mamá…? La particular reacción de el otro, ¡la tuya!, enlazándose con la mía será la que haga de aquel momento o de la sucesión de tantos momentos algo extraordinario, especial, excepcional e irrepetible con nadie que no seas tú.Sé para mí, sé para quien tú quieras, eres muy dueño, tan único como puedas. Es la asociación de nuestras unicidades lo que convertirá lo nuestro en algo irrepetible. Ya no hay miedo, ¿no te lo parece?, dímelo tú, amigo mío.