No se dejen engañar: ser banquero en España tiene menos riesgo que tumbarse en el sofá a hacer la siesta mientras en La 2 ponen un documental de leones. Salvo que uno se escape del plasma y nos dé un bocado, nada hay que temer. Banquero puede ser cualquiera y a las pruebas judiciales me remito. Ni siquiera es necesario parecer honrado, basta con decir que lo es. Cualquiera puede abrir un banco y darle la forma que más le guste: piramidal y tonto el último o porticado con columnas de mármol y escudos heráldicos en el frontis. De puertas adentro apenas ninguno se diferencia del resto, todos se dedican a lo mismo, a barrer para casa.
Un suponer: uno abre una caja de ahorros y de buenas a primeras se le hacen los ojos chiribitas ante las grúas y las altas torres de hormigón que empiezan a nublar los despejados cielos del país. Rápidamente concluye: aquí hay negocio. Sin pensárselo dos veces se lanza a dar créditos a tontas y a locas, sin exigir garantías de devolución y con propinas para los muebles, la tele y el coche. De paso engoa a unos cuantos miles de jubilados y niños de pecho con unas irresistibles participaciones preferentes y a fin de año presenta unos resultados que son la envidia del rey Midas.
Un día cualquiera empieza a soplar un viento amenazador que en poco tiempo se convierte en huracán y las grúas y andamios empiezan a venirse abajo en cascada. Las altas torres se quedan a medio construir y el banco o la caja del cuento empiezan a acumular créditos impagados y pisos que nadie quiere o puede comprar. Se reúne entonces el consejo de administración y pide calma al tiempo que aprueba una subida del sueldo y las pensiones de los directivos por si la cosa se pone muy fea y hay que salir de naja. En el peor de los casos – calculan con mucha perspicacia – siempre nos quedará el comprensivo gobierno de turno para sacarnos del lío si en lugar de un banco nos quedamos con un queso lleno de agujeros.
Dicho y hecho: las cosas empeoraron de tal manera y los números rojos alcanzaron un rojo tan intenso que el caritativo gobierno salió en defensa del sagrado sistema financiero y echó sobre la espalda de los españoles un “generoso” préstamo de 100.000 millones de euros de la “troika” para limpiar la porquería acumulada bajo las alfombras de los lujosos salones en los que se reunía el consejo de administración. Luego, cuando ya los había apuntalado con dinero público, los puso en venta al mejor postor y alardeó de lo bien que lo estaba haciendo y de la confianza que volvía a tener el mundo mundial en el sistema financiero del país.
Apliquen este cuento a la realidad más actual y verán que coincide casi punto por punto. Los españoles acabamos de perder la nada despreciable cifra de 11.000 millones de euros – casi lo mismo que nos cercenó el año pasado el Gobierno en educación y sanidad - para salvar a Catalunya Bank del batacazo que merecía por la mala gestión de sus directivos. Entre ellos figuraba el que fuera vicepresidente del gobierno y ministro de Defensa, Narcis Serra, y cuarenta más - ¿a qué me suena lo de los cuarenta? - que con los rojos números ya sobre la mesa se subió el sueldo por encima de los 800.000 euros anuales.
El Gobierno se la ha vendido ahora al BBVA por apenas 1.000 millones de euros no sin antes haberla apuntalado con 12.000 millones de todos nosotros. Y esto es solo una pequeña parte del dinero público que ha utilizado el Gobierno para tapar los agujeros bancarios en este país, unos 60.000 millones de euros según algunos cálculos sin contar los avales del Estado para que los pobrecitos pudieran emitir deuda. De esa cantidad apenas hemos recuperado el 4% y gracias: de los más de 22.000 millones de euros que pusimos a escote para que no cayera Bankia no veremos un euro y de los bancos nacionalizados que aún quedan por sacar a subasta es posible que tampoco veamos nada. Todos ellos, por cierto, han seguido desahuciando a familias sin recursos para pagar la hipoteca y nadie desde el Gobierno les ha dicho nunca zape.
Dicen algunos que el capitalismo no puede funcionar sin un sistema financiero saneado y puede que no les falte algo de razón. No dicen, sin embargo, que el saneamiento del banco o la caja en cuestión tengamos que pagarlo los contribuyentes con nuestro dinero para luego regalárselo envuelto en papel de colores al que haga la oferta más generosa, que siempre estará muy por debajo de lo que nos ha costado el estropicio y las alegrías de otros. Sí estoy seguro de una cosa: son los bancos los que no podrían vivir sin un sistema económico y político como el de España, en donde ser mal banquero y llevárselo crudo no sólo no se castiga sino que tiene premio y reintegro.