Hace poco estuve viendo otra vez Ser o no ser, de Ernst Lubitsch. El guión es una virguería que juega con el concepto mismo de la interpretación. Una compañía de teatro polaca, sorprendida por la guerra, termina poniendo en escena la obra de su vida… Del teatro a la guerra. De la invasión nazi al espionaje. En Varsovia, como miembros de la Resistencia, la compañía se ve obligada a improvisar una obra real sobre la Gestapo para ayudar a la Resistencia en su afán por no claudicar. El mismo actor que fracasa con Hamlet termina por triunfar con una obra tan contemporánea como la propia época en la que transcurre el filme.
Perdidos no es la única obra excepcional que aglutina en sí misma todo lo que ha de exigirse a una obra maestra, han existido muchas. La diferencia estriba en que Perdidos ha ocupado cinco años de mi vida, es parte de mi vida, de hecho, y, en cambio, Ser o no ser (así como la mayor parte de las películas que he visto) ha ocupado dos horas de mi existencia. Quizá tenga más valor condensarlo en noventa minutos, pero también es cierto que para narrar conceptos tan complejos como los que ya explicaba Parménides (el ser es y el no ser no es) se necesitan varios años de iniciación y noviciado. Esa es la cuestión. Ser o no ser…. esa es la cuestión.