Foto: Toros con Retranca.
No quiero irme a dormir sin felicitar al Ayuntamiento de Galapagar por su última iniciativa. No, no es política –o quizá sí, pero prefiero pensar que no, que hoy me siento inocente–: han escogido para inaugurar sus fiestas al equipo médico que salvó la vida de José Tomás en la plaza mexicana de Aguascalientes.
El consistorio, agradecido por el "milagro" obrado con su mito viviente, ha distinguido con el Galápago de Oro –premio que habitualmente se otorga al triunfador de la feria de novilladas de la localidad– a Alfredo Ruiz Romero y Juan Carlos Ramírez Rubalcaba, facultativos mexicanos, a los que hay que añadir al director de la Fundación José Tomás, Rogelio Pérez Cano, médico personal del torero, que se encontraba allí y estuvo en todo momento al cuidado y atención del diestro galapagueño.
Me alegra ver que JT sigue siendo profeta en su tierra. Que le adoran, como a un ídolo no de piedra, sino de corazón. De alma. De esencia. De pureza.
Hay quien dice que JT no va a volver a torear. Que los daños en la musculatura han sido tales, que le está resultando imposible coger fuerza... y de ponerse delante de los pitones de un barbas, ni hablamos.
Yo me consuelo pensando que gracias a JT redescubrí el toreo. Que le vi en tardes gloriosas. Que me enseñó, sin quererlo, la importancia de la verdad. De los principios. De los valores. De la personalidad.
Entiendo que haya tanta gente que le tenga tirria. Que digan que lo suyo es lo más parecido al suicidio. Que prefieran la pinturería a la verdad. El barroquismo a la desnudez tan sencilla que abruma. Claro que lo entiendo. A esa gente –no actúan como personas, sino como manadas–, hablarles de la pureza es como asfaltar con perlas una cochiquera.