Dir.: Susanne Bier Pro.: Ben Cosgrove, Mark Cuban, Paula Mae Schwartz Gui.: Christopher Kyle Int.: Bradley Cooper, Jennifer Lawrence, Sean Harris
Las películas más personales de la danesa Susanne Bier contienen argumentos que giran en torno a la familia –más o menos extensa-y sus circunstancias, también con distinta profundidad. Ajustada a los cánones del Dogma o más frecuentemente –y mejor- por vía libre, en títulos como Te quiero para siempre, Hermanos, Después de la boda, Cosas que perdimos en el fuego o Amor es todo lo que necesitas ha brillado su estilo y su talento; y obtuvo en 2011 el reconocimiento mundial, y de paso el Oscar, con En un mundo mejor, un rotundo alegato a favor de la paternidad y el valor de la educación.
Cuando trabaja en América, Susanne Bier se pliega más, como es natural, a las exigencias de género y estilo de un cine que no es exactamente el suyo. Así, sucede en Serena, que evoca el aliento de los melodramas clásicos de Hollywood, con una historia pasional sustentada en la fotogenia y la empatía de los protagonistas: la pareja más brillante de los últimos años, formada por Bradley Cooper y Jennifer Lawrence. Es su tercera película juntos, y el tiempo dirá si forman un tándem tan sólido y duradero como otros que están en la mente de todos.
Cooper es George Pemberton, dueño y señor de una potente industria maderera en Carolina del Norte, a finales de los años 20 del pasado siglo. Pemberton es un hombre decidido, emprendedor y que no admite una negativa por respuesta, ni se desvía un ápice de sus planes. Su capricho es ley, y cree que lo seguirá siendo cuando conoce a Serena, se enamora perdidamente y se casa con ella. Serena es una joven de aparente sencillez, pero de fuerte personalidad, muy seductora y con una voluntad tan inquebrantable como la de su marido.
Desde su matrimonio, se enfrentan juntos a las mil dificultades y peligros de su empresa: desde la inclemencia del lugar y sus habitantes hasta las presiones de los bancos y la ley, que les ponen en riesgo de perder sus tierras y su negocio. George y su socio difieren absolutamente en la manera de afrontar el futuro inmediato, y la situación se irá haciendo más difícil y más tensa, hasta desembocar en la tragedia. Serena, por su parte, dará muestras de su valor y su determinación, incluso en momentos de extrema dificultad; hasta ganarse el respeto y la admiración de los rudos trabajadores, empezando por su sombrío capataz.
Pero cuando a estas circunstancias se unen de repente el dolor, la frustración y los celos, Serena ve revivir ante ella el pasado –el suyo y el de su marido- y asume el mando de sus vidas. George, que ha vivido haciendo su voluntad y luego se ha sentido acompañado, comprendido y protegido por su mujer, acaba viendo como ella toma las decisiones –aun las más dramáticas-y se convierte casi en un títere en sus manos. Todo lo que va pasando es tremendo, pero Serena actuará sin detenerse ante ningún obstáculo, aunque sus actos los lleven a ambos hasta el abismo.
Tanto Jennifer Lawrence como Bradley Cooper se han empleado a fondo y con éxito en otros variados menesteres, como los desaforados resacones y los interminables juegos del hambre; prueba inequívoca de su versatilidad y, en los empeños más serios, como este de ahora, también de su calidad. Y juntos funcionan perfectamente, y no solo en la comedia dramática, como en El lado bueno de las cosas, o en la inclasificable La gran estafa americana, sino en el duro cara a cara del melodrama, donde cada interpretación gravita sobre la otra aun en los momentos que uno u otra están ausentes de la pantalla, pero presentes en la retina del espectador.
Ese duelo es lo más conseguido de la película, aunque también tendrá algo que ver la presencia de Susanne Bier, experta directora de actores; no es su mejor obra, ni la más personal, pero aun así es de suponer que habrá sido la oportunidad de poder trabajar sobre caracteres tan fuertes, recreados por tan buenos intérpretes, lo que la habrá llevado de regreso a Hollywood.