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Según cuenta una historia algo romántica, en 1922 Alexander Fleming se encontraba analizando un cultivo de bacterias y accidentalmente calló una morusa del emparedado que comía. No sé si realmente estaba comiendo o cómo fue que llegó esta miga a su cultivo o si realmente existió tal, pero al investigador le llamó la atención que había áreas donde el cultivo no crecía ¿por qué?. Fleming descubrió la presencia de un hongo, el Penicillium notatum (el mismo hongo que pone verde al pan), y dedujo que algo en él producía un efecto contra el crecimiento de las bacterias.
Vitruvio describe que cuando Hierón II le pidió a Arquímedes que determinara si su corona había sido fabricada con oro puro o el orfebre le había agregado plata, el matemático griego no hallaba la manera de demostrarlo sin dañar la corona (en aquél entonces no existían los avances de la metalurgia moderna). No fue sino hasta que tomando un baño descubrió el principio que ahora lleva su nombre. Observador de todo lo que le rodeaba, Arquímedes se dio cuenta que al entrar a la tina el agua subía siempre el mismo nivel, ahí surgió la idea de aplicar el mismo modelo, en un recipiente de agua más pequeño para que el desplazamiento del líquido fuera apreciable y al dividir la masa de la corona por el volumen de agua desplazada podría calcular la densidad de la corona. La densidad de la joya sería menor si se utilizaron metales más baratos y menos densos en su fabricación. Tras descubrir este principio, el matemático salió corriendo desnudo por las calles gritando ¡Eureka! (¡Lo he encontrado!).
El Dr. Roy J. Plunket trabaja en 1938 en el desarrollo de sustancias refrigerantes, gracias a un mal funcionamiento durante sus experimentos descubrió el politetrafluoretileno mejor conocido por su nombre comercial Teflón®.
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