Esta temporada, en la que he decidido aligerar mis alas, he descubierto que para relajarnos, para encontrar nuestro espacio, tan solo soñamos con una huerta, con una casa rural, con un retiro zen o con un viaje a la Cumbre de algún monje budista. Y la verdad, no es algo que salgan relativamente baratas estas opciones. Aunque soñar es gratis.
Sí es cierto que tenemos opciones más económicas:
.- La casa de unos tíos o abuelos.
.- La casa del pueblo del una amiga o vecina.
.- El huerto que encontramos en un camino.
.- Un paseo por un sendero a las afueras de la ciudad.
Pero como humanos que somos, no vemos esas opciones con relajantes, como oportunidades para serenarnos. Tenemos un montón de oportunidades en nuestra ciudad pero buscamos fuera de ella. Y si por un casual, tenemos la oportunidad de probar algo que no entra dentro de nuestra rutina, como por ejemplo ir a una casa rural o a un retiro, pensamos: “Bah! Era esto? Yo no valgo para estar tanto tiempo sin hacer nada? Esto no es para mi. Necesito mantener la mente ocupada”… Cuando precisamente, serenarse, relajarse es darle a la mente el parón que necesita.
De verdad, ¿somos conscientes de que nuestra mente puede decir ¡Basta!?, ¿Somos consciente de que no somos como los coches, que se le cambia el motor cuando gripa y vuelven a funcionar?
Puede sonar a catastrofismo pero es la realidad. Nosotros, nuestra mente, no tenemos repuesto. Y eso, es un problema. GRAVE.

