Revista Filosofía
Rousseau. Emilio Libro IV últimas páginas.
El gusto sólo se ejerce en las cosas indiferentes o de un interés de entretenimiento todo lo más, y no en aquéllas que afectan a nuestras necesidades; para juzgar sobre éstas no se necesita el gusto, basta el solo apetito. He ahí lo que hace tan difíciles, y, al parecer, tan arbitrarias, las puras decisiones del gusto, porque, salvo el instinto que lo determina, no se ve la razón de sus decisiones. Deben distinguirse aún sus leyes en las cosas morales y sus leyes en las cosas físicas. En éstas, los principios del gusto parecen absolutamente inexplicables, pero importa observar que la moral entra en todo lo que depende de la imitación: así se explican bellezas que parecen físicas y que realmente no lo son. Añadiré que el gusto tiene reglas locales que lo hacen dependiente en mil cosas de los climas, de las costumbres, del gobierno, de las cosas de institución; que hay otros que dependen de la edad, del sexo, del carácter, y que en este sentido es en el que no hay que disputar sobre gustos. El gusto es natural a todos los hombres, pero no todos lo tienen en igual medida, no se desarrolla en todos en el mismo grado, y en todos está sujeto a alterarse por diversas causas. La medida del gusto que se puede tener depende de la sensibilidad que se ha recibido; su cultura y su forma dependen de las sociedades en que se ha vivido. En primer lugar, hay que vivir en sociedades numerosas para hacer muchas comparaciones; en segundo lugar se precisan sociedades de entretenimiento y ocio; porque en las de negocios la regla no es el placer sino el interés; en tercer lugar se precisan sociedades en que la desigualdad no sea demasiado grande, en que la tiranía de la opinión sea moderada, y en que reine la voluptuosidad más que la vanidad: porque en caso contrario, la moda ahoga el gusto, y no se busca ya lo que agrada, sino lo que distingue. En este último caso ya no es verdad que el buen gusto sea el de la mayoría. ¿Por qué? Porque el objeto cambia. En este caso la multitud no tiene juicio propio; sólo juzga por aquellos a los que cree más esclarecidos que ella; aprueba, no lo que está bien, sino lo que ellos han aprobado. Haced que, en toda época, cada hombre tenga su propio sentimiento, y lo que es más agradable en sí mismo obtendrá siempre la pluralidad de los votos.
En sus trabajos, los hombres no hacen nada bello si no es por imitación. Todos los auténticos modelos del gusto están en la naturaleza: cuanto más nos alejamos del maestro, más desfigurados están nuestros cuadros. De los objetos que amamos sacamos nuestros modelos entonces, y lo bello de fantasía, sujeto al capricho y a la autoridad, ya no es otra cosa que lo que place a quienes nos guían. Quienes nos guían son los artistas, los grandes, los ricos, y los que guía a éstos es su interés o su vanidad; aquéllos para buscar sus riquezas, y los otros para aprovecharlas, buscan a porfía nuevos medios de gasto. Por ese sistema establece su imperio el gran lujo y hace amar lo que es difícil y costoso: entonces la supuesta belleza, lejos de imitar a la naturaleza, no es tal sino a fuerza de contrariarla. He ahí cómo son inseparables el lujo y el mal gusto. Doquiera el gusto sea dispendioso, es falso.