Revista Cine

SESION CONTINUA. (Relato cinematográfico)

Publicado el 16 diciembre 2013 por Ganarseunacre @ganarseunacre




Por Juan Carlos Vinuesa Jaca (Por temas personales no puede estar  con nosotros durante unos días, así que aunque sea ombliguismo, su propia reseña, que es "CINE" dedicada a él) Llevo proyectando cine más de treinta y cinco años. En este tiempo no he conocido más luz que la que desprendían los carbones del Arco Fotovoltaico y después la lámpara. Por mis manos han pasado metros y metros de celuloide. He hecho empalmes en panorámico, en cinemascope, en Todd-Ao. Siempre atento en los días de tormenta; viento, truenos y centellas que podían provocar una bajada de tensión y parar las máquinas.

SESION CONTINUA. (Relato cinematográfico)
Empecé muy joven, siendo aprendiz. Todo lo que sé me lo enseñaron José Luis y Goyo, compañeros de trabajo, de conversaciones interminables, de discusiones banales hablando de política, de fútbol, mujeres y también de cine. Después de estar seis días a la semana metido en aquel cuartucho oscuro, tienes que aprender a tener conversación. Si no estás jodido. Me enseñaron en los tiempos de la proyección de carbones a acercar con cuidado éstos a fin de no provocar un destello cegador en la pantalla. A ajustar la lámpara a fin de no provocar sombras en la proyección. Al repaso de películas, a restañar mates dañados. También a aguantar estoicamente broncas del público cuando no tenías una proyección afortunada. Ha habido cientos. Siempre había un empalme que se podía escapar a tu examen. El resultado era que el empalme se soltaba y ¡zas!; pantalla en blanco. Silbidos, abucheos, pataletas en el patio de butacas. También los inspectores eran objetivo de uno. Si no tenías el carnet, tu jornada de trabajo acababa en casa o en el bar. Joder con los funcionarios.
SESION CONTINUA. (Relato cinematográfico)
Lo peor era cuando tenías que proyectar hasta el último metro de película, porque daba casualidad que el típico sabiondo quería saber quién era el responsable del catering o quiera era la peluquera de la estrella de turno. Y así fue, día a día, proyección a proyección, metiéndote en un cuartucho oscuro con el sol del atardecer en tu cara y salías de noche cerrada, camino a casa, con parada obligatoria en el bar que siempre, siempre te esperaban. No hay traidores en los hombres y mujeres de la noche. Entre ellos existe una solidaridad tan fuerte que es imposible romper. Con el tiempo te acostumbrar a esa vida. Tus ojos no ven más allá de una pantalla que está lejos y que parece que la tienes a mano. Es madre y madrastra. Enciendes la máquina, ajustas el cuadro —en cinemascope tienes que tener manos de crupier y pulso firme—, el sonido lo suficientemente alto para dar espectáculo, pero lo suficientemente bajo para no dañar a oídos sensibles. Que los hay. Y esperas durante las dos horas siguientes que los metros de película vayan pasando por la cruz de malta. Que la lámpara no explote. Que los empalmes estén bien. Que el motor funcione. Y una vez que acaba respiras aliviado. Y al final del día dices que mañana será otro día. Volverás a pasar otra vez la película. Así días y días.
SESION CONTINUA. (Relato cinematográfico)
Te acabas convirtiendo en un experto cinematográfico. Tus crónicas no se leen en ningún periódico. Tampoco hace falta. Por la primera proyección y la contestación del público sabes que película va a funcionar o no. Si va estar una semana o un mes. Y cuando un viernes te dicen que mañana se estrena esperar anhelante lo que te vendrá en el saco. Cargas el saco que pesa la mitad de tu peso, es decir, pesa un huevo. Con la espalda encorvada, subes los dos o tres pisos, al cuartucho que huele a sudor y a tabaco. Sacas las latas, las ordenas y la colocas en la mesa de montaje. Hay de todo, si la película es de estreno, no tardas nada. Sin embargo, como la película haya estado proyectándose hasta en el quinto pino, hay que prepararse porque tienes para toda la mañana. Algunas tienen tantos partes de repaso que forman una enciclopedia histórica. Empalme simple, doble, corte aquí, corte allá. Ya soy viejo. He llegado a esa edad donde todas tus batallas no tienen ningún interés. He trabajado con carbones, con lámparas  y ahora ha llegado la proyección digital. Se acabó subir los sacos hasta la cabina. Ahora es un disco duro con una clave que da la distribuidora.


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