Revista Deportes
Quien no ha visto toros en el Puerto no sabe lo que es una tarde de toros; quien no ha visto los carteles de toros en Sevilla no sabe lo que es una mojonada abstracta. Media mojonada, en el caso que nos ocupa este año.
La verdad es que se esperaba, pues por todos es conocida la filosofía de los maestrantes, maestros de la extravagancia, y a los que poco o nada les importa la opinión del pueblo de Sevilla. Unos señoritos anclados en el cargo de caballeros sin caballo, que campan a sus anchas sin reparar en el sentimiento de la plebe. Don Quijotes sin panchos. Cadenas con otros tiempos que no se rompen y que sirven de rémora a la Tauromaquia y avergüenzan al más sevillano. Total, si su Maestranza se va a llenar igual, con medio toro en el cartel o medio toro en el albero, el aficionado es cautivo de la tiranía de un abono administrado por Pagés con la complacencia de la jet set folclórica.
La categoría de las pinturas, que no de los artistas que las hacen, que es notoria, es proporcional al ansia de protagonismo de los maestrantes, la petulancia de la presentación oficial y la codicia por convertir el Salón de Carteles de la Maestranza en un albúm de cromos en dónde lo interesante no es la obra en sí, sino la firma del autor. Sevilla, que es sitio proclive al chisme, el chascarrillo y el chiste, necesita este tipo de cosas para oxigenar con salero el ambiente, de ahí que los señores maestrantes parezcan sentirse cómodos, año tras año, estando en el candelero. ¿Los porqués? Quizás habrán tomado como lema el título de aquella película del taurino Agustín Díaz Yanes, "Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto".
Este año, como el pasado, la pintura del cartel es una fotografía. Que ya es mala suerte que te traigas a uno de los mejores pintores de España y le dé al tío por jugar con la Polaroid. Y eso son cosas que en otras artes no pasan. Es como si a el Juli lo viésemos haciendo de enfermero delante de un toro, o a Morante de bailaor. Son cosas impensables. ¿Verdá?
Dicen las malas lenguas oficiales que por el retratito, que bien podría llamarse "Dolor de cabeza de un Juan Pedro", D. José María Sicilia se ha llevado veinte kilos. De ser verdad, sería una cifra histórica, pues nunca se habría pagado tanto en Andalucía, cuna del ibérico y del pata negra, por una mortadela siciliana.
Dejando aparte el sentido estético, que es una humillación a la categoría de la Maestranza, el cartel es una gran oda al tiempo presente. El medio Juan Pedro, en reconomiento al medio toro; el gran fondo blanco, como metáfora del momento tieso de muchos; la sobriedad, en solidaridad con el parado sevillano, presentando un trabajo de corta y pega con el fotochó sobre cartulina blanca de los preescolares, que se hace en un cuarto de hora. ¿Y el resto del año? Ahí está la solaridá; y por último, la captación impecable del momento actual de la Fiesta: los dueños del gran templo taurino han pagado por los dos cuernos y el flequillo de una ratita de Juan Pedro lo mismo que valió la camada de los PabloRomeros el año pasado.
Que me llamen inculto, pero yo está Cultura ni la entiendo ni la quiero...