Sólo me ha faltado sentarme al lado de una chimenea para disfrutar en grado sumo de los casos de Sherlock Holmes. Y es que, no sé qué opinaréis vosotros, pero a mí el invierno (si hace tanto frío como ahora, mejor) es la estación ideal para dejarse envolver por las palabras del Dr. Watson.
Retomar de nuevo al investigador inglés después de tantos años, es toda una aventura y vuelve a ser un descubrimiento. Tendría unos diez u once años la primera vez que una de sus historias cayó en mis manos y por entonces no entendí o no se plasmaron en mi cerebro escenas como la de Holmes inyectándose cocaína. Bendita inocencia...
Leer a Arthur Conan Doyle significa viajar al pasado de una forma muy elegante, como si te encontrases en un vagón de primera. Una visita a los orígenes de la investigación criminal, cuando todavía no existía la ciencia forense. Nada de huellas dactilares ni análisis de ADN. Imposible que una figura como Sherlock Holmes existiera hoy en día, pues la base de su encanto se encuentra en su lógica y en sus deducciones. Las técnicas actuales le parecerían una intromisión en un trabajo que depende del cerebro. Siempre es bueno recordar que existieron genios antes de Grissom y que además no envejecen. Siguen generando el mismo placer al descubrir todo lo que esconde una escena del crimen.
Me parece un buen regalo para Reyes, así que os lo recomiendo.
¡¡Felices Fiestas!!