Revista Música
Basta medio arpegio de esas gloriosas guitarras al comienzo de “Lullaby”,o el estallido de cristales que abren “Plainsong” para que -a la manera de la célebre madalenaproustiana- toda una cadena de recuerdos se nos hagan presentes. Y es que allí radica gran parte de la magia intacta de The Cure: un sonido monolítico, por momentos onírico, por otros pesadillesco y por qué no feliz, que viaja por nuestro inconsciente y activa otros tantos paisajes y memorias. Verlos en vivo no es asistir a un concierto. Es reactivar una ceremonia sensorial plena. Por eso y por muchas otras cosas no es casual que nos hayamos encontrado tantos queridos amigos clase 73 y 74 en el show de River Plate. Con casi 40, allí estuvimos todos los que de alguna manera fuimos flechados por ese sonido allá en nuestros años de secundaria. Es más, esa sensibilidad compartida es la que en muchos casos nos hizo amigos, hasta hoy. Así que ¿cómo no celebrar un encuentro como este, en una noche de otoño tan especial? Veintiséis años de espera desde la última visita del grupo valieron la pena. La recompensa fue suculenta. Los The Cure nos pasaron por arriba en más de tres horas de show y un recorrido que abarcó casi todos sus discos (sólo faltó “Bloodflowers”). Tal vez, el único punto criticable haya sido cierta dispersión en el playlist: un ida y vuelta entre densidad climática y bailoteos pop que hacían perder un poco el foco. Pero arriba del escenario la banda es cosa seria. Hay que estar cerca,oírlos y verlos muy bien. Apenas se miran. Saben todo lo que hay que hacer para recrear una vez más ese Sonido. Simon Gallup tocó toda la noche con gesto adusto, pegado a ese baterista frío como un témpano y preciso como un reloj que es Jason Cooper. A los costados, Reeves Gabrels nos hizo extrañar bastante a Porl Thompson(mucho más Cure en todo) y Roger O´Donnell aportó matices desde su sequedad casi estatuaria. Arrancaron climáticos desde “Disintegration” (“Plainsong” y “Pictures of you” en orden, más “Lullaby”) para enseguida sacarse de encima un par de hits: “Just like heaven”, “High”, “In between days”. Un rato más tarde sacaron su chapa postpunk para repasar el canon de su trilogía básica: “Play for today” y “A forest”(monolítica, con psicodélicos árboles detrás, implacable) y esa gema de “Faith” que es “Primary”. En esos momentos, el tono oscuro ganó la partida con muchísima autoridad. Patada directa a la yugular y dientes apretados. La gente de recitales en este comienzo del siglo XXI es un tema aparte. Si uno va como observador imparcial ahí puede ver toda la galería de trastornos de ansiedad juntos: los que mandan mensajitos todo el tiempo, los que parecen querer cobrarse en coros y estribillos y saltos descontrolados lo que pagaron de entrada, aún en temas inverosímiles (¿pogo en “One hundred years”? Como que no da ¿no? No hace falta). Pero la banda arriba del escenario atrae toda la atención. Robert Smith pareció soltarse a medida que avanzaba el show, y se divirtió especialmente en los momentos más pop bailando como un espantapájaros oxidado. En el segundo encore la banda armó una seguidilla - ahora sí deliciosa, por tratarse de gemas olvidadas- que incluyó mucho de la etapa “Japanese whispers”/ “The top”: “The Caterpillar”, “Lovecats”, “Let´s go to bed”, “Dressing up”. Otra tanda de bises pasó por el doble “Kiss me kiss me kiss me”, de 1987: “The kiss”, “If only tonight we could sleep”(“un tema que habla sobre la locura” según Smith) y la rescatada del olvido “Fight”. Y para el final, la banda volvió hacia atrás, hasta 1979, en uno de los mejores momentos de la noche con “Boys don´t cry” (Robert Smith parece abocado a rescatar el valor canción de los temas donde amerita hacerlo y los canta más melodiosos y flexibles) y la dupla final, inoxidable, con “10:15 Saturday night”y “Killing an arab”, recordándonos que el ADN de la banda siempre estuvo en el punk. En ese último rescate se niveló una noche inolvidable de por sí, donde fuimos tocados por un hechizo colectivo y personal a la vez. Ese que nos hizo cantar a viva voz las mismas canciones que sonaban en nuestras habitaciones, en soledad. Nuca lo hicimos y no hace falta aclararlo, pero va a ser difícil, casi imposible, olvidar esta noche con los The Cure.