Revista Arte
A finales del siglo del inicio romántico en el Arte, algunos creadores se anticiparían mucho tiempo -en modernidad y trascendencia- a la realidad de su época. ¿Qué motivaría especialmente a estos hombres a hacer saltar por los aires la visión de las cosas y el mundo que sus herencias les entregara? Uno de ellos sería el multifacético William Blake (1757-1827), otro el pintor John Martin (1789-1854). Ambos buscaron otros encuadres, otros elementos de creación, otros lenguajes, nunca antes conocidos. ¿Qué influencia no recibirían de sus experiencias personales para expresar así, de esa forma, las visiones más sublimes, desesperadas y, sin embargo, al mismo tiempo finalmente llenas de esperanza?
La filosofía por entonces contribuyó con Kant a tratar de acercarse, con la razón, a cuestiones que no habrían sido manejadas demasiado en un sentido racional, propio de ese siglo. Así, Kant escribiría sobre lo sublime, sobre lo bello, y otras cuestiones parecidas con un lenguaje más formal, aséptico, pero, al menos tratando así de otro modo cosas diferentes. Diría: Lo sublime tiene que ser grande, con pocos adornos, más bien tirando a austero, mientras que lo bello ha de ser pequeño, lleno de adornos y detalles. Continúa el pensador: El entendimiento es sublime, mientras que el ingenio es bello. La audacia es sublime , mientras que la astucia es pequeña, por lo tanto bella. La gentileza es escasa, por lo tanto bella. Luego están los seres que buscan lo amable, en éstos predominará el sentimiento de lo bello. Al contrario, los que buscan la ambición, tienen un marcado sentimiento hacia lo sublime. Cuando hay personas que buscan todo eso junto, las mismas tienen un carácter más hacia lo sublime que hacia lo bello.
Esta filosofía de la estética de lo sublime influenciaría a algunos creadores, sin embargo, otros autores, artistas, poetas, pintores, expresarían con esas mismas palabras otros conceptos, otros significados, otro sentimiento sublime. Perdidos en su desierto de una inspiración ilustrada, consiguieron, a pesar de este extravío, llegar a inmortalizar creaciones -en verso y lienzo- que sorprendieron años después a muchos buscadores de aquella misma -u otra- inspiración. En una de las obras literarias en verso más arrebatadoras del siglo, publicada en 1793, dejaría escrito Blake:
Dime, ¿qué diferencia existe entre el día y la noche para quien vive
abrumado de dolor? Dime, ¿qué es una dicha?
¿En qué jardines crecen las alegrías?
¿En qué río nadan las penas? ¿Sobre qué montañas ondean las sombras
del descontento? ¿En qué moradas se alberga el miserable ebrio de
dolor olvidado y ajeno a la fría esperanza?
Dime dónde moran los olvidados pensamientos hasta que tú les llamas.
Dime dónde viven las dichas de otrora; dónde los antiguos amores.
¿Cuándo revivirán?, ¿cuándo transcurrirá la noche del olvido?
¡Ah, si pudiese atravesar tiempos y espacios remontísimos para aportar
consuelo a un pesar actual y a una noche de dolor!
¿Adónde te has marchado, pesar mío?
¿A qué distante tierra diriges tu vuelo?
Si volvieras a los presentes momentos de aflicción, ¿traerías en tus alas
consuelo y rocío y miel y bálsamo, o con veneno a los ojos del
envidioso extraído vendrías del erial desierto?
William Blake, Visiones de las hijas de Albión, 1793.
O, como algún poeta dejara dicho también, ante las incertidumbres imposibles de un anhelo, podría entenderse éstas ya como la justificación de vivir, y tan sólo, además, por el simple hecho de hacerlo:
Si no soy yo quien debiera soñar en edenes,
¿quién, entonces, debiera hacerlo?,
si no soy yo quien debiera pensar en promesas,
¿quién, entonces, debiera hacerlo?,
si no soy yo quien debiera buscar la belleza;
¿quién, entonces, si no, debiera hacerlo?
(Óleo de William Adolphe Bouguereau, Un alma llevada al cielo, 1878; Aguafuerte de William Blake, Visión de las hijas de Albión, 1795; Obra del pintor John Martin, Las llanuras del cielo, 1851.)
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