Esta tarde mientras me dirigía a pasar consulta me encontré con un amigo que cabizbajo se dirigía hacia mí, es curioso cuando en una ciudad como la nuestra, entre la muchedumbre, destaca una persona con el semblante abatido, posiblemente sea ese radar de empatía que somos, que nos hace centrarnos en aquellos que no comparten nuestro estado de ánimo. El señor H, por no dar más datos, se acababa de casar con la mujer de su vida, o por lo menos hasta unos minutos después no me enteré que no lo había sido. Mi extrañeza fue observarle con tal sentimiento de tristeza. H, es profesor, tiene un trabajo relativamente cómodo, ha conseguido comprarse una casa en una zona residencial de Tenerife y bueno, realmente parece el prototipo de hombre feliz (evidentemente quien haya leído mis artículos sabe de sobra que las pequeñas alegrías que nos brinda la vida, no nos tienen porque dar la felicidad), pero incluso H, es una persona con un determinado bienestar personal, que le permite sobrellevar pequeñas crisis personales con cierta capacidad de resolución.
Cuando nos cruzamos apenas me reconoció, o incluso podría afirmar que su velocidad de procesamiento mental parecía enlentecida, ya que unos segundos después pronunció mi nombre. Inmediatamente le contesté y le pregunté ¿qué cómo le iba?, unos minutos después me contemplé tomando una caña en una tasca mientras me contaba la terrible experiencia que le había sucedido, ya que se acababa de separar, e insistentemente me decía: Jose, ¿qué falló?.
Pues nada querido amigo, el matrimonio o la vida en pareja es más compleja de lo que podemos imaginar, principalmente porque la vida en pareja es la unión entre dos personas, con todas las consecuencias que ello acarrea, por lo tanto estamos hablando de como dos familias se unen a través de una pareja, y ustedes me dirán que cuando nos ponemos a vivir en pareja somos lo suficientemente autónomos como para poder separar a nuestra familias, pero no solo nos quedamos con que tenemos que unirnos a una familia que desconocemos, sino que esa familia viene acompañada por sus costumbres. Según Adams (1986), la elección de pareja es un proceso complejo que supone cuatro etapas. En la primera se elige a la pareja que sea físicamente atractiva (a gustos colores), y que se parezca a ella desde el punto de vista de intereses, la inteligencia, la personalidad y otras conductas y atributos valorados. En la segunda etapa se produce una exploración de la compatibilidad de roles y de la medida en que puede haber una empatía mutua. Cuando se han desarrollado unos roles entrelazado y una empatía mutua, los costes de la separación empiezan a pesar más que las dificultades o tensiones asociadas a seguir viviendo en pareja.
Evidentemente, si esa primera atracción se ha reforzado y las posibles dificultades se han solventado, que son los acontecimientos que impiden que formalicemos dicha relación, en ese justo momento nuestra relación se ha consolidado lo suficiente. Siguiendo con la teoría de Adams, en esta etapa se toma la decisión donde valoramos la compatibilidad y el compromiso que darán la perdurabilidad de dicha pareja. Como en tantas facetas de nuestra vida, si la valoración es favorable, la relación puede acabar en matrimonio o en la formación de una pareja estable.
Llegamos entonces al convencimiento de que formamos pareja, pero las parejas sin hijos deben potenciar diferentes hábitos de convivencia, por lo tanto, en este momento evaluaremos de manera más realista a la persona que hemos elegido, su forma de ser, sus manías, sus fortalezas y debilidades, sus hábitos, lo que me aporta como hombre o mujer, por lo tanto, aquí terrenalizamos nuestra relación, es decir, la hacemos más real, y observamos que nuestra pareja es humana y no una idea fortalecida de lo que para nosotros debería de ser. De este proceso depende gran parte de nuestra futura relación, y esto puede hacer que nuestra relación avance o fracase más tarde o más temprano, por lo tanto, somos los arquitectos de nuestro futuro matrimonio, o de nuestra futura relación.
Pero observando este proceso nos podríamos plantear la siguiente pregunta:
¿Qué hace que una pareja se considere feliz?
Por una parte tenemos el respeto, ambos miembros de la pareja, deben de experimentar la sensación de que la otra persona tiene un valor emocional en nuestras vidas, que es fundamental para el desarrollo de cada uno como personas individualmente, por lo tanto, juegan un papel crucial en nuestra vida, ello nos lleva al siguiente punto, es decir debemos de aceptar a la otra persona, tal y como es. Si no, no tendríamos que haber formalizado la pareja, ya que hemos tenido la oportunidad de conocer a la otra personas, aunque muchas veces algunos factores como el atractivo físico, una baja autoestima, o incluso una posible inmadurez personal no hace obviar este punto.
Un factor importante a tener en cuenta son las atribuciones de las conductas positivas al carácter, es decir, normalmente pensamos que la otra persona actúa de manera positiva con nosotros porque quiere agradarnos, según la teoría de las atribuciones de Kelly que desarrollaremos en otro artículo, solemos atribuir las acciones positiva a causas externas a la persona y las negativas a causas de la propia persona, por ejemplo, discutimos, eso es porque su forma de ser le hace ser así y no va a cambiar, sin embargo cuando es algo positivo, lo hacemos al revés, me regaló flores, eso es porque ayer estuve cariñoso/a con él/ella. Por lo tanto, deberíamos de potenciar las atribuciones positiva a su forma de ser, eso le hace mejor persona a nuestra visión.
Más interacciones positivas que negativas, está demostrado que las personas que tienen más encuentros positivos en sus parejas, esto hace que sean mucho más estables de los que no las tienen.
En el momento de los conflictos deberíamos de hacerlos concretos, y discutir por cosas reales que sucedieron en este momento, por ejemplo, nunca recoges la casa eres un desordenado, claro es que todo lo hace mal, no tienes carácter. Observen que el problema cada vez es más abstracto y nos salimos del problema. Reparar con rapidez las rupturas de relación.
Por lo tanto, observamos que formar una pareja no es un asunto baladí, sino más bien un proceso complejo, del que somos autores, que ocasionará cambios importantes en nuestras vidas, y que si no sabemos afrontarlos e ir construyendo una relación centrada en el diálogo positivo, esta se deteriorará. Pero además, nos podrá suceder en diferentes momentos, si seguimos realizando las mismas cosas.
Jose J. Rivero
Psicólogo
Experto en formación
Terapeuta familiar Cof2000
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