La introdución del reportaje decía: "Son jóvenes, escritores, españoles y, en buena parte, noveles que se han instalado inesperadamente en la cumbre de los libros «más vendidos». Y sin campañas millonarias de promoción. Charlamos con los tres autores de moda en las librerías justo cuando arrancan los motores de la Feria del Libro de Madrid".
Podéis leer las tres historias completas, pero yo no me quiero detener en una (la comenté en twitter) y no para hablar de literatura. Él es Albert Espinosa (su web es fantástica) que de niño superó 3 cáncer, escribió el guión de la fantástica película Planta cuarta y ha publicado la novela Si tú me dices ven lo dejo todo... pero dime ven.
Y me quiero detener porque habla del cáncer, de la superación y el sufrimiento (ver en Libros de Management la bibliografía sobre Adversidad, Superación y Resiliencia). Me quedo con una idea y reproduzco su historia que merece la pena leer. Siempre es bueno conocer la opinión y punto de vista de quien las ha pasado canutas:
"Lo primero que recomiendo a médicos y enfermeras que tratan con pacientes de cáncer es que toquen al paciente. Que le toquen el pelo, que le den abrazos. Porque lo primero que pierdes con el cáncer son las caricias y los abrazos. Todo el mundo te da golpes en la espalda, pero casi nadie te abraza o te acaricia. Todo el mundo tiene miedo de mostrar sus sentimientos porque eso significa que piensan que puedes morir. Había un médico que siempre me tocaba el pelo y la nuca. Me daba la sensación de que viviría, de que era importante"
¿XLSemanal. Qué tal va su mano con tanta firma? Albert Espinosa. Bien, bien. Aunque este Sant Jordi fue muy intenso. Me llevé una gran alegría al ser el autor más vendido en catalán y en castellano. Me encanta cuando escriben por ahí que soy el «fenómeno Espinosa». Es algo muy bonito. Hay momentos en la vida en que todo se junta. En que todo explota. Además, el día de Sant Jordi también fue el día que perdí la pierna. Un día épico para mí. Es un día al que tengo mucho cariño.
¿XLSemanal. Qué recuerdo de aquel día, de aquel Sant Jordi de hace décadas, no borrará nunca de su mente?A.E. El baile de despedida de mi pierna. El médico me dijo que le hiciera una fiesta de despedida e invitase a toda la gente que tuviera algo que ver con la pierna. Invité a un portero de fútbol al que había metido goles, a una chica con la que había hecho piececillos... Hice un último baile a dos piernas al ritmo de Espérame en el cielo, que era la canción que tenía mi compañero de habitación. Recuerdo que, cuando me la cortaron, no tenía esa sensación fantasma de que aún la sientes, aunque no la tengas. Porque ya me había despedido de ella. Hasta el fantasma se fue. Ahora, fíjate, tengo la suerte de poder decir que soy de los pocos que tienen un pie en el cementerio. Ahí está mi pierna para demostrarlo. Ese recuerdo es imborrable. Cuando desperté y vi que no tenía la pierna, tuve la sensación de que las pérdidas se convertirían, con el tiempo, en ganancias. No perdí una pierna, gané un muñón.
¿XL. ¿Cree usted en Dios? A.E. Más que en Dios, yo creo en la sensación de la gente buena. Creo que hay gente buena que te marca caminos. Y yo he podido conocer a mucha gente buena. Cuando conozco a alguien bueno y sabio, pienso que he encontrado a un pequeño dios.
¿XL. ¿En qué más cree? A.E. Creo en el cine totalmente. Hay secuencias de cine que me han marcado y me fascinan. El cine me ha salvado de muchas cosas. La ficción me ha llevado a la realidad. Creo también en los silencios del teatro. En esos silencios cuyo grosor hace que me emocione. Esos silencios son lo máximo. Ves que está llena la sala, pero la gente respeta la emoción que les está llegando. Creo también en la ternura. Mercero decía que, si había los diez terroristas más buscados, tendrían que existir los diez ternuristas más buscados. La ternura es casi como un delito. Yo creo mucho en la ternura. Es importante. Una amiga francesa, que habla mal el español, un día pidió cien gramos de «ternura» en vez de «ternera». Y le dijo el carnicero: «Si tuviera ternura, le daría un kilo y medio». Esa ternura me fascina.
¿XL. ¿Hasta dónde llega nuestra capacidad de sufrimiento? A.E. No tiene límite. Yo siempre digo que el dolor no existe. Existe el término «dolor», pero no el dolor. Cuando estaba en el hospital, había dolor y sufrimiento, pero también había felicidad. Yo era un niño y un adolescente con cáncer. Pero pesa más la palabra «niño» o «adolescente» que la palabra «cáncer». Cuando ahora voy a ver a niños al hospital, noto que tienen esa fuerza que a mí me salía cuando estaba enfermo. Y cuando sales, pierdes el miedo a la muerte. Y perder el miedo a la muerte es una de las cosas que me dio el cáncer.
¿XL. ¿Se recupera uno realmente de algo así o en el fondo se queda tocado para siempre? A.E. Conviertes las pérdidas en ganancias. Pierdes una pierna, un pulmón y medio hígado, pero ganas en otras cosas. Tuve la suerte de sentirme adulto con 13 años. Mis padres eran mis enemigos, como ocurre con todos los adolescentes, y entonces descubrí la fuerza de la familia. Forma parte de mi vida y no puedes olvidar. Lo primero que hago al levantarme es ponerme la pierna postiza para ir al lavabo. Pero no es algo que cambiaría en mi vida. Forma parte de lo que soy.
¿XL. ¿Sigue pensando que vive la vida de aquellos compañeros que nunca pudieron salir del hospital? A.E. Sí, suman un total de 4,7 vidas. Siempre he tenido la sensación de poder hacer recuerdos y deseos de ellos. A uno de ellos le encantaba la palabra «pomelo» y decía que le gustaría verla escrita en un libro. Pues yo lo hice en El mundo amarillo. Aquello me produjo una gran alegría. Esa muerte está muy viva. El deseo de aquel chaval está muy vivo en gente. La muerte, al final, da mucha vida. Los siento dentro de mí y tengo la sensación de que ellos son igual de supervivientes que yo porque sobrevivir no es siempre vivir. Ellos distraían el cáncer con su muerte para que nosotros pasáramos.
¿XL. Siento mucho insistir, pero ¿se recupera uno?A.E. Sí, porque yo no veo la muerte como algo negativo. Siempre digo que me gustaría que se hablara más de la muerte. A mí, por ejemplo, me gustaría morir un viernes. Son los estrenos de cine. Es el día que, desde que era pequeño, siempre me ha producido felicidad por eso. Si muero un viernes, la gente dirá: «¡Joder, qué tío más suertudo!». Me gustaría que la gente dijera el día que le gustaría morir. Vivir o morir no es tan importante como luchar. Luchar y hacer lo que deseas.
¿XL. ¿Por qué hasta que no nos encontramos en el filo normalmente no somos conscientes de algo así?A.E. Porque hay una sensación de que la vida va muy rápida. Pasan los días volando. A veces te sorprendes diciendo que no puede ser que sea de día o de noche. Pasan los años y no te das cuenta. Cuando te pones enfermo, de golpe, paras el mundo. De vez en cuando hay que parar el mundo. Coger un diamante o una perla y pararlo durante 48 o 72 horas. Plantearte qué quieres hacer realmente con tu vida.
¿XL. ¿Qué diría que fue lo que lo salvó tras diez años con cáncer? A.E. Los amigos, la familia y el sentido del humor. La sensación de formar un grupo como Los Pelones de Planta cuarta en el hospital. Sentir que podías enamorarte, que podías sentir, que podías ser tú. El humor es tomárselo con filosofía. Cuando voy a un hospital, los chavales alucinan cuando ven a un cojo haciendo chistes sobre su pierna.
¿XL. ¿Qué es lo primero que recomienda a médicos y enfermeras en esas charlas?A.E. Que toquen al paciente. Que le toquen el pelo, que le den abrazos. Porque lo primero que pierdes con el cáncer son las caricias y los abrazos. Todo el mundo te da golpes en la espalda, pero casi nadie te abraza o te acaricia. Todo el mundo tiene miedo de mostrar sus sentimientos porque eso significa que piensan que puedes morir. Había un médico que siempre me tocaba el pelo y la nuca. Me daba la sensación de que viviría, de que era importante.
¿XL. Y a usted, ¿qué le indigna?A.E. Muchas cosas. He acabado dos veces en el calabozo, en dos países diferentes, por esa sensación de las leyes llevadas al extremo. Los aeropuertos son sitios kafkianos. Hace poco una señora que debía de tener 90 años e iba en silla de ruedas llevaba un botecito y querían que fuese dos plantas más abajo a una farmacia a por una bolsa. Ocurrió en Lisboa. Eso me indigna. Que nadie pueda entender que las normas están para romperlas. Acabé discutiendo con un guardia y me metieron en el calabozo.