El centenario del nacimiento de Julio Cortázar me hace pensar sobre la relación que hay entre la notoriedad mediática de un autor y son compromiso con los más desfavorecidos.
La proyección mediática depende en buena medida de lo afable que sea un autor con aquellos que detentan el control de los medios. Si te deslizas por la corriente favorable que marcan los intereses de los poderosos, todo irá bien, incluso aunque tus ideas sean diferentes. Te tratarán con cierta condescendencia y sólo en ocasiones te tildarán de loco por expresar tus ideas de alcanzar un mundo mejor para los desfavorecidos. Por ello se me antoja que esta proyección mediática es inversamente proporcional al grado de compromiso que se muestre con aquellos que están en el lado opuesto de los que gobiernan el mundo.
No sólo la escritura, todo tipo de arte está afectado por esta peste. Hace poco los que controlan Hollywood con judeo-dólares cargaron contra Javier Bardem y Penélope Cruz por apoyar abiertamente a las víctimas de la franja de Gaza desde el púlpito mediático al que ellos mismos les subieron.
Ni el mágico Gabriel García Márquez escapó de las garras de la estupidez, siendo tildado de subversivo por las autoridades de Estados Unidos de América que le negaron el visado de entrada al país durante años.
Pocos son los que una vez que prueban las mieles de la gloria renuncian a la comodidad del halago fácil por ser fieles a sus principios, o a sus ideas. Octavio Paz dejó plantado su cómodo despacho para no tragar con las tropelías que se estaban cometiendo en México. Y estoy convencido de que Jorge Luís Borges era consciente plenamente de que estaba renunciado al premio Nobel de Literatura por ser fiel a sí mismo. Lo cierto es que algunos genios son tan sumamente grandes que ni el espeso velo de la insidia política consigue aplacar el intenso brillo de su obra.
Algunos por el paso del tiempo quedan relegados a ser un exquisito placer para los que miran más allá de las neones de la fútil vanidad del éxito momentáneo, como Roberto Bolaño, Horacio Quiroga, Juan Rulfo, Bioy Casares o Juan Carlos Onetti, y tantos más…
Otros más de acuerdo con las ideas políticas de los medios como Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, o más supervivientes (¿falsos?), como Isabel Allende consiguen medrar de una forma más cómoda.
Con ello no quiero desmerecer el mayor o menor talento de los que aceptan premios notorios. La escritura es una tarea ardua y tan maltratada que es bueno que se premie a los que van a ser muy leídos, incluso aunque la calidad del texto sea discutible. Quizás sea cuestión de gustos, pero no puedo con Ken Follet o Paulo Coelho. Lo realmente nocivo no es leer algo mal escrito, sino leer malos pensamientos.
Pero es notorio que son todos los que están, aunque no estén todos los que son. Quizás no estén porque como dice Eduardo Galeano están “siempre y de forma inquebrantable del lado de los condenados”.