Casi todos los dibujos y acuarelas de esta entrada salen de los apuntes y fotografías de una ruta rápida por terreno conocido. Saliendo de Albacete, carretera de las Peñas de San Pedro, nos desviamos a la derecha poco antes de llegar a Ayna, hacia Bogarra, esa zona tan hermosa que se conoce como la Sierra del Agua, aunque es parte de la Sierra de Alcaraz. Ya al pasar por debajo del imponente peñón del castillo y murallas inmensas de las Peñas de San Pedro empezamos a dejar los llanos y las colinas suaves para entrar en terreno más quebrado, y desde ese momento, viajamos por carreteras de curvas que atraviesan un bosque por el que podríamos hacer cientos de kilómetros por rutas distintas casi siempre a la sombra de los árboles. Lindando con Andalucía, podríamos andar escoltados por ellos hasta el Parque Natural de Cazorla, Segura y las Villas, que él solo ocupa 214.300 hectáreas.
Pasamos por Bogarra en fiestas, y alcanzamos el Batán, visitamos su salto de agua, una hermosura y, como el merendero de El Batanero está cerrado, en seco dibujamos en el cuaderno un nogal que enmarca el paisaje, cuatro rayas que coloreamos después, y seguimos, que se hace la hora de comer. Hago fotos, como está mandado. De ellas y del apunte in situ sale esta acuarela un poco más cuidada que el boceto. Mientras nos preparan la comida en el hotel que hay a la orilla del río Madera al pasar el Batán del Puerto, ya cerveza en mano, solo una y pequeña que hay que conducir, dibujamos lo que se ve desde la terraza a la sombra de un nogal, el dibujo anterior. Hecho con calma esta vez, viendo volar mariposas y libélulas, algo que hoy hay que agradecer porque ya no es frecuente, recreándonos en lo que desde allí se ve y escuchando el rumorcillo del agua del río, como de cristal, que me dicen que nunca falta. Con buen pan de la cercana Bogarra e insólito aceite del lejano Tomelloso, más dorado y dulce que el de la zona, nos atrevemos con un potaje de garbanzos con chorizo, una temeridad con el día que hace, aliviado con una ensalada más fresca con tomates y lechugas, cebollas, olivas y otros productos de la zona o de las cercanas. Cerramos con una carne a la brasa y una tarta casera de queso, que el menú era generoso. Repuestas las fuerzas en mayor medida de lo que las habíamos gastado, como siempre, y de nuevo bajo un sol inclemente, seguimos camino centrados en mirar el paisaje, en no despeñarnos en las curvas aunque hay buena carretera y, sobre todo en hacer la digestión. Aunque hoy parezca mentira, vamos atravesando lo que desde 1748 hasta 1833 fue una provincia marítima, la de Segura de la Sierra, proveedora de madera para la fábrica de tabacos de Sevilla y para sus astilleros y los de Cartagena. Muchos pinos de estos cerros, transformados en barco, se acabaron hundiendo en Trafalgar y en mares remotos. Otros murieron echados bajo las vías del tren, como traviesas. Mi abuela materna era de Paterna del Madera, y ese juego de palabras ha dejado en mí algún gen recesivo que suele hacerse dominante, y tal vez de ahí venga mi amor por los árboles. Vamos subiendo, pasamos por el alto de las Crucetillas y por el de las Crucetas. Miedo me da el de las Cruces, si lo hay. Casi 1500 metros. Hoy no hay nieve ni están cortados al tráfico, cosa usual en otras fechas. Por la zona de Riópar sí que sigue habiendo miles de helechos alrededor de la carretera, y si ellos sobreviven, nosotros seguramente también, que sólo verlos ya refresca. En alguna paradiña dibujamos a toda prisa un almendro, con un rotulador de pincel con tinta china. En Riópar pasamos, como siempre, por ese hermoso paseo casi en tinieblas bajo los enormes plátanos de sombra, que se toman en serio el oficio. No sé si lo he soñado, pero creo recordar hace ya unos años sus tocones a ras de suelo a raíz de una poda asesina, aunque hoy milagrosamente rebrotados como si nada hubiera pasado, resucitada igual envergadura y majestuosidad que antes del crimen. Dan ganas de no salir de allí. Causa asombro ver cómo los plátanos de sombra van sobreviviendo a las eternas y extendidas furias municipales, que en todos sitios descargan sus iras y sus frustraciones a la hora de podarlos. Tomamos café después de varios intentos, pues está cerrado el restaurante, donde el museo de productos de bronce de las antiguas fábricas de la época de la Ilustración. El patio está abierto, aunque ya no es hora de visitar la exposición. Tampoco se ve mucha gente por unas calles que deberían bullir de turistas. Debe de ser por la hora. Hemos pasado por las ruinas de las antiguas Reales Fábricas de Bronces y de Latón de San Juan de Alcaraz, al lado de las minas de calamina que explotó desde 1773 el ingeniero vienés Juan Jorge Graubner. Las minas se llaman de San Jorge, canonizando así al vienés por vía civil, de ingeniería civil. Subimos una vez más al pueblo original, el Riópar Viejo, el Rivus Oppae, río de la zorra, con perdón, que se abandonó cuando la población se fue trasladando a la colonia de las nuevas minas y fabricas en el llano. Recuerdo haber visto la explanada frente a la iglesia hace muchos años, llena de flores con los colores de la República, incluso haberla pintado. También ver asomar dos o tres tejados de las pocas casas habitadas que entonces había, de las que sólo una brillaba con tejas nuevas, la de Teatinos. Hoy me encuentro un pueblo medieval, que ya lo era, con casas de piedra, oficina de turismo y demás, casas rurales en alquiler, incluso algunos visitantes a pesar del sol que cae a estas horas. En el censo figuran sólo cinco habitantes, un remanso comparado por las aglomeraciones de otras aldeas y pedanías de Riópar que alcanzan los trece, catorce, hasta los dieciséis habitantes. Esto no puede seguir así a menos que continúe. Bajando hago unas fotos de la montaña, que pinto después. Es la primera de las acuarelas de esta entrada, con una luz cálida y lateral que iluminaba a contraluz miles de telas de araña en los ribazos. En esta ocasión no nos acercamos a los Chorros, al Calar donde nace despeñado ese río bautizado como Mundo, con gran modestia. Como es natural, esta era tierra de moriscos, que no creo que ni para expulsarlos se molestaran las autoridades en acercarse a estos hermosos cerros. Otra tradición, como ésta del abandono, según leo, era la de orientar la mesa de la matanza hacia el levante, cara al sol naciente, es decir, hacia la Meca, todo un toque de eclecticismo religioso para la muerte del gorrino. También hay noticia de un anciano vecino, el tío de las sayas, que en chilaba se bajaba del burro para mascullar unas frases en una algarabía heredada que ni él era ya capaz de entender, postrado ante el sol poniente. Por una carretera excelente, (¡Gracias, don José!), que hace muchos años, cuando íbamos a menudo por allí, no existía, atajamos hasta Salobre. Se pasaba entonces por un peligrosísimo Estrecho del Hocino, en una zona de geología rara, generosa en sílex, una isla de piedra emergida desde el Paleozóico. El pueblo está hermosísimo y cuidado. Nos tomamos algo fresco en la plaza a la sombra de los plátanos, dibujando los edificios que tenemos enfrente, bien restaurados. Paseo hasta el puente. Algún paisajista habrá asesorado para el acondicionamiento del cauce del río que ha quedado hecho un paraíso. Sobre el puente hacemos unas fotos, disfrutando del dulce olor a higuera, como en gran parte del viaje, pues es un error creer que sólo hay pinos en estos montes. Por la carretera sólo se ven los pinos en la falda y en las alturas de las montañas, pues suele estar el camino bordeado por gran variedad de árboles de hoja caduca, cuando no de helechos, como decíamos. Este pino que fotografié para hacer una acuarela después estaba por el Batán de Bogarra, a la orilla del río. Una hermosura. Además de los pinos y helechos, de las acacias, sabinas y enebros, hay quejigos, encinas, servales y arces menores. En las zonas húmedas, como en el valle de los Chorros hay tejos, acebos, avellanos, fresnos, olmos de montaña, a veces forrados de hiedras, incluso algunas variedades de orquídea y algunas plantas carnívoras. Las plantas veganas, de haberlas, serían caníbales, pues la naturaleza no sabe de esas correcciones. Mejor dejar esa línea de investigación y que cada planta o semoviente coma lo que pueda y tenga a mano. De otra foto desde el puente en Salobre, una acuarela con sauce a la derecha e higuera a la izquierda. El río está abajo y el cielo arriba, como es costumbre, aunque a veces los reflejos llevan a muchos a confusión. Con la izquierda y la derecha aún ocurre más a menudo. No sé de dónde viene eso de estar en la higuera. Tengo que mirar. De paso consultaré eso de caer del guindo. ¡Cuántas enseñanzas nos proporciona la naturaleza!
De Salobre, volvemos a Albacete por Alcaraz, y como siempre al pasar me propongo enterarme de cómo era y de dónde venía ese inmenso acueducto del que quedan en pie un par de arcos en alturas inverosímiles Luego el Jardín, recuperando poco a poco desde allí la horizontalidad de un paisaje que va menguando en vegetación. Unos 250 kilómetros casi todos a la sombra.