Título original: Seven days in may
Dirección: John Frankenheimer
Año: 1964
País: Estados Unidos
Duración: 120′
Guión: Rod Serling (según novela de Fletcher Knebel y Charles W.Bailey II)
Música: Jerry Goldsmith
Fotografía: Ellsworth Fredricks
Intérpretes: Kirk Douglas, Burt Lancaster, Fredrich March, Edmon O’Brien, Ava Gardner, Martin Balsam, George McCready, John Houseman, Hugh Marlow.
Premios: 2 nominaciones al Oscar.
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El golpista Scott y su ayudante Casey
La película de hoy tiene un argumento muy sencillo y una lectura igual de fácil, pero no por ello carente de importancia. A los diez minutos de metraje ya sabemos que la Casa Blanca está ocupada por un presidente deseoso de poner freno a la carrera bélica de la Guerra Fría -especialmente en lo nuclear- y poder dedicar esos recursos al paro y el bienestar del pueblo. Frente a él, una enrarecida sociedad a la que se ha pasado más de veinte años hablando del demonio soviético y que ahora no entiende que se firme un tratado de reducción del arsenal nuclear. Convenientemente espoleada por lo más conservador de la política y el uniformado del país, la popularidad del presidente cae en picado. Otros diez minutos más tarde también sabremos que la cosa no queda ahí, y que sus opositores no van a esperar a las próximas elecciones para que caiga como fruta madura. Lo que se está gestando es nada menos que un golpe de estado militar para derrocar al mismísimo presidente de los Estados Unidos, y quedan siete días para impedirlo.
Casey alerta al Presidente
La película ficcionaliza una hipotética situación a la luz de la Guerra Fría y del debate que llevó a la firma del Tratado de No Proliferación Nuclear en 1968, pero a la vez lanza una andanada contra los salvapatrias uniformados que han salpicado de intervenciones la historia política en todos los rincones del planeta. El debate político del film es muy sencillo: de un lado quienes creen que el diálogo y el entendimiento deben ser las herramientas hacia la paz, y de otro los que optan por la disuasión como el mejor arma, es decir, la política del miedo, la amenaza y el cuchillo en alto. El tema central por otro lado es igualmente dicotómico y se ve encarnado por los personajes de Lancaster (el golpista general Scott) y Douglas (su ayudante directo, Casey). El primero se cree en el deber de enderezar el rumbo de su país antes de que la mano civil lo lleve irremisiblemente al abismo, mientras que el segundo, aún estando en desacuerdo con las decisiones políticas, cree que su deber está en salvaguardar la Constitución y el sistema político vigente.
Alta tensión en los despachos
Lo mejor de todo es que la película es musculosa, es un thriller político que, viéndolo bien, se nota que es creador de escuela, aunque eso sí, más valdría ponerlo en las escuelas de cine más a menudo viendo algunas cosas perpetradas en los últimos tiempos. No aburre, mantiene la tensión, es efectista sin el despliegue de medios moderno, y lo mejor de todo, sin necesidad de sacrificar la calidad argumental y de guión para llegar a buen puerto.
Es sin duda una de las mejores películas de Frankenheimer. Un divertimento con mensaje simple, sencillo, dirtecto, que debería darse por sentado, pero que, como tantas otras cosas que son básicas y elementales, a veces se olvida. Quizá hoy los hechos que cuenta suenen casi a ciencia-ficción, pero en aquella época (poco más de 40 años atrás), las intrigas palaciegas estaban a la orden del día, y muchas aún quedaban por venir. Demasiados gobiernos democráticos cayeron bajo la bota militar, y esta es la lección del film; en democracia, quien detenta las armas no puede nunca pretender disponer de la palabra. Los motivos son elementales para cualquiera en su sano juicio y en España lo sabemos bien.
P.D.: Ya que mencionamos a España, es muy, muy, muy de agradecer la imagen de España en la película. Me explico, sin destripar la película diré que hay un accidente aéreo cerca de Madrid, lo que se nos muestra es al embajador de EEUU visitando la zona, pues bien allí aparecen dos Guardias Civiles y un par de paisanos de fondo trabajando con los restos. Todos ellos dan perfectísimamente el pego, tanto en los uniformes de los beneméritos como en el aspecto de los paisanos, completamente a juego con lo que sería en la época. Muy de agradecer, repito, porque aunque parezca un trabajo de documentación elemental tenemos mil y un casos para reirnos de barbaridades que el cine -incluso muy recientemente- ha cometido.
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