Revista Cine

Siete Palmas de Oro que no puedes perderte

Publicado el 22 mayo 2014 por Cineenconserva @Cineenconserva

Siete Palmas de Oro que no puedes perderte (Volumen 2)
Un año más elFestival de Cine de Cannes nos regalará una nueva Palma de Oro y este blog ha querido ofreceros la continuación de uno de nuestros especiales más exitosos,Siete películas ganadoras de la Palma de oro que no puedes perderte. En este segundo volumen (no descartamos hacer una trilogía), hemos invitado a nuevos bloggers y colaboradores de medios especializados. A todos ellos gracias por volver a recomendarnos unaPalma de Oro de entre todo elhistóricode los míticos galardones franceses. Un especial para leer sin prisas saboreando un buencroissant.
El árbol de la vida (Terrence Malick; 2012)
Siete Palmas de Oro que no puedes perderte (Volumen 2)


Por Juan Roures 
La estación del fotograma perdido
En su día muchos dejaron a medias El árbol de la vida, obra maestra de Terrence Malick; y, sin embargo, a mí me atrapó desde el primer instante. Y es que la impresionante fotografía de Emmanuel Lubezki y la envolvente música de Alexander Desplat conforman un auténtico espectáculo de imágenes y sonidos cuyo aparente sinsentido es en realidad un maravilloso reflejo de la vida y la muerte, la felicidad y la tristeza, la existencia… y las dudas sobre ésta. Jessica Chastain y Brad Pitt conforman una bella antítesis de emociones: frágil y brillante ella; duro y oscuro él; ellos son la luz y la oscuridad que sumen a Sean Penn y a todos los espectadores en un viaje espiritual tras el cual no volvemos a ser los mismos. Un viaje marcado por una nostálgica crisis existencial; un viaje donde cada pequeño momento de la vida cotidiana demuestra ser enormemente preciado; un viaje que, como todos, es más importante por los recuerdos que acumula que por el destino al que, en el fondo, todos tememos llegar.


Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979)
Siete Palmas de Oro que no puedes perderte (Volumen 2)

Por Marco Antonio Núñez 
Colaborador de Cine Divergente, Versión Original, Mis palabras vienen de lejos

La guerra fue el gran espectáculo del siglo XX. En las imágenes en blanco y negro de la ofensiva del Marne o las emisiones diarias, en tiempo real, de las operaciones militares en sendas Guerras del Golfo, la guerra se convierte en un texto imposible, un intento de articular simbólicamente lo real.  El texto deviene trivial, presentativo, (las estrellas fugaces de Bagdad, no permiten aquilatar la magnitud de los efectos de las bombas sobre la población, constituyen una hermosa estampa para el telespectador). La guerra también se ha construido textualmente desde una inflación del significado en el relato fílmico, deparando una representación más convincente, es decir, más artificiosa. Un simulacro más real que las imágenes que presentan las huellas de lo real en bruto (compárense las imágenes de archivo del Día-D con Salvar al soldado Ryan). Coppola lo entendió mejor que nadie en Apocalypse Now. Con el concurso de Conrad, The Doors, Wagner, Playboy, Homero, el expresionismo pictórico, etc., construye un texto que asume su carácter de artificio enmascarador de lo real. Un texto que asimila el legado más excelso de occidente a la cultura pop, y los pone al servicio de la representación de la guerraUn eslogan publicitario rezaba: "No es una película sobre Vietnam. ¡Es Vietnam!" Imposible decirlo mejor. Y yo añadiría, quizá la última vez que el cine se sintió grande de veras.

El pianista (Roman Polanski; 2002)
Siete Palmas de Oro que no puedes perderte (Volumen 2)
Por Alfonso Caro 
El Palomitron

Desolación es quizás la sensación más notable que nos embarga visionando la obra maestra de Polanski. Desolación porque El pianista plasma en imágenes las memorias de  Władysław Szpilman, un pianista polaco y judío que vivió uno de los episodios más oscuros del hombre como ser humano, y con él asistimos a la progresiva aniquilación de toda su realidad. Familia, amigos, vecinos, entorno… todo sucumbe y todo se narra en una cruda exposición que secuestra la atención del espectador en un ejercicio narrativo hipnótico, que huye de las concesiones para fotografiar el horror que supuso la barbarie (y locura colectiva) del nazismoConcha de Oro en Cannes en 2002 (incomprensiblemente Chicago le robó el Oscar a Mejor película), El pianista roza la excelencia en todos sus apartados: dirección, montaje, diseño de producción, guion, B.S.O.  e interpretaciones. Una obra necesaria para todos los públicos que sacude y agita la conciencia del espectador, pero en la que también hay espacio para la esperanza, perfecto (y obligatorio) aliado para superar las situaciones límite.

Breve encuentro (David Lean; 1945)
Siete Palmas de Oro que no puedes perderte (Volumen 2)

Por Emilio Luna  
El antepenúltimo mohicanoFinal de la II Guerra Mundial. Europa en standby. La reconstrucción se prevé lenta y dolorosa. Tras el sinsentido, toca mirar al frente, retomar proyectos que se habían quedado a medias. El Festival de Cannes era uno de ellos. Fundado allá por los años treinta, no tuvo su opción hasta 1946, cuando se celebró su primera edición competitiva. Aún sin Palma de Oro, celebrada en septiembre y siempre a la sombra de Berlín y Venecia. Aletargados y desorganizados se presentaban cerca de 50 películas que serían evaluadas por un extenso jurado presidido por Georges Huisman. El 5 de octubre se conocería un veredicto que hoy en día sería impensable: 11 filmes ganadores del máximo galardón. Rossellini, Wilder o Lean, eran algunos de los apellidos ilustres que daban brillo a un palmarés, que, como el Festival, fue puliéndose con el paso de las décadas.
Nadie en ese momento, ni los propios organizadores, imaginarían el impacto del certamen 50 años después. Cannes se ha convertido, por derecho propio, en el bastión del cine europeo y el perfecto termómetro de la salud de su industria. Echando la vista atrás, ese forzado 1946 estableció la férrea idiosincrasia actual. A día de hoy, Thierry Fremaux (actual delegado del evento galo), firmaría cada año Palmas de Oro como las inscritas en ese primer listado. Alguna de ellas sigue vigente casi 70 años después. Es el caso de Breve encuentro (Brief Encounter, Reino Unido, 1945), uno de los iconos del cine romántico que ha servido como guía para todas las generaciones de realizadores. Es la versión del David Lean más minimalista. Con una historia de amor pagano, prohibido. De sentimientos liberados y fijados en la memoria. Es el sueño de todo espectador, convertirse en Celia Johnson o Trevor Howard, la dama y el caballero. Ese encontronazo fortuito que deja poso permanente. Es la magia del amor, la magia del cine, la magia de Cannes.
Bailar en la oscuridad (Lars Von Trier; 2000)
Siete Palmas de Oro que no puedes perderte (Volumen 2)

Por Beatriz Jiménez 
Bollacos, hambre de cine

El realizador danés, polémico donde los haya, nos regaló esta obra de arte en el inicio de un nuevo milenio. Y no sólo eso, sino que supo conjugar el musical, un género que casi es sinónimo de optimismo y felicidad, con una historia desgarradora, de esas que te crean un nudo en la garganta y te muestran lo mejor y lo peor del ser humano. Von Trier vuelve a mostrar aquí una de sus recurrentes obsesiones: el sacrificio; y también el dolor, el de una madre, que será capaz de sacrificarlo todo para que su hijo no pierda la vista, como ella misma, y que huye de la cruel realidad hacia ese mundo feliz que nos prometen los musicales. Además, Trier tuvo la inmensa suerte de contar con la colaboración de Björk, que creó una maravillosa banda sonora para el largometraje, y que interpretó de manera magistral a Selma, la atribulada protagonista. Incómoda, dolorosa y conmovedora, pero necesaria, fue la justa ganadora de la Palma de oro y del galardón a Mejor Interpretación Femenina en Cannes en 2000, y es una película que ningún aficionado al cine puede perderse.


El piano (Jane Campion; 1993)
El piano, Jane Campion
Por María José Agudo (Cine en conserva

¿Pueden creerse que en toda la historia de este Festival Jane Campion ha sido la única mujer que ha obtenido la Palma de Oro? Lo cierto es que ya en 1986 la neozelandesa ganó la Palma de Oro al mejor cortometraje por Peel, pero la exclusividad de Campion no es el único motivo de que yo escoja esta Palma de Oro, eso sería quitarle méritos a su película más aplaudida, El piano, un drama romántico ambientado en el año 1851 que alcanzó un sonado éxito crítico-comercial y que rebosa poesía y sensualidad por los cuatro costados.Para empezar, la película cuenta con una conseguida ambientación, una fotografía bellísima y un reparto que acaparó los premios más importantes de ese año, Oscars incluidos, para sus dos actrices principales: una Holly Hunter sensacional que aprendió a tocar el piano para dar vida a su complejo personaje, y la por entonces desconocida Anna Paquin, a quien hemos visto crecer en el cine pero que no ha vuelto a dar un recital interpretativo como el de su debut. Pero sin duda, la película no hubiese sido tan popular sino hubiese contado con la banda sonora de Michael Nyman, un "leit motiv" repetido hasta la saciedad pero que cobra un mayor significado al erigirse como la voz de su protagonista.

La eternidad y un día (Theo Angelopoulos; 1998)
La eternidad y un día
Por Francisco Mateos Roco
Colaborador de Versión Original

Si sólo estuviera permitido utilizar un término para calificarla, hermosa sería el adjetivo que mejor definiría a esta película; siguiendo la misma norma, triste sería la palabra más adecuada para bautizar su argumento; y, no abandonando la pauta, pausada sería el epíteto que mejor acompañaría al estilo que marca su narración.Hermosa porque La eternidad y un día es una galería de escenas con una poderosa fuerza poética, cuyas imágenes esconden continuas metáforas sobre el discurrir del tiempo y sobre la fugacidad de la vida; triste porque muestra el día previo al paso a la eternidad de Alexandre (Bruno Ganz), durante el que el aliento de la muerte lleva a este casi anciano escritor a rememorar los momentos de su biografía que más le marcaron y a reflexionar sobre su existencia, para llegar a la trágica conclusión de que, aparte de un puñado de obras literarias inacabadas, deja tan sólo esbozada su relación con sus seres amados como consecuencia de haber dado siempre prioridad a sus ocupaciones y preocupaciones diarias; y pausada porque el movimiento de la cámara es siempre sosegado, construyendo las secuencias con lentos desplazamientos que acercan o alejan al espectador de las escenas y valiéndose de las elipsis para alternar entre el presente y el pasado.Mecida por la bellísima melodía compuesta por Eleni Karaindrou, la Palma de Oro de 1998 propone una mirada a la inquietante posibilidad de que, al echar la vista atrás y repasar la propia vida, uno pueda sentirse un extranjero en la historia que ha protagonizado, no comprenda los resortes de su proceder en el pasado e incluso tenga que comprar palabras que ahora le son desconocidas para lograr relatarla; travesuras de ese niño que juega con las olas en la orilla del mar, que es el tiempo, que inexorablemente nos sitúa ante el mañana, es decir, ante la eternidad más ese día completo que Alexandre nunca fue capaz de dedicar a su esposa.


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