“¿Sigues confiando en los bancos para depositar tus ahorros?” La pregunta se incluye en una encuesta que realiza La Vanguardia entre los lectores de su edición digital. La pregunta habría resultado absurda hace sólo unos años, pero ahora es conversación recurrente y no es raro escuchar a amigos, vecinos, conocidos o compañeros de asiento en el autobús echar pestes de los bancos y jurar por sus hijos que van a cancelar la cuenta. Sólo la necesidad de tener un lugar donde ingresar la nómina o la prestación por desempleo o en el que domiciliar los pagos es la que, en la mayoría de casos, mantiene activas las cuentas bancarias. Si los bancos no confían en nosotros, ni en los pequeños y medianos empresarios, ¿por qué lo íbamos a hacer nosotros? Quid pro quo. Así que no es de extrañar el resultado de la encuesta, que todavía está en marcha: a estas horas, el 77% no confía en las entidades financieras para depositar su dinero, frente a un 23% que sí lo hace y un 1% que no sabe si confía o no. Lógico: todo empezó ahí, especulando, jugando a ganar más y más y, finalmente, perdiéndolo todo. Aún así, ahí lo tenemos en lugar de guardarlo bajo el colchón o en el bote de la harina, mucho más rentable y ya sin comisiones de mantenimiento. Y mientras rescatándolos con dinero público (el de todos) del desaguisado. Pero, ¿qué pasaría si los bancos desaparecieran de un plumazo gracias a que sacamos todo el dinero, actuando en consecuencia con lo que sentimos y siendo coherentes? Sería catastrófico: perderían sus ganancias. ¿Y nosotros? Nosotros, no. Estarían en casa a buen recaudo. Y sin comisiones. La idea no es nueva. Se hizo un ensayo, pero no funcionó, inmersos en el sistema como estamos, pero “¿sigues confiando en los bancos?”.