Revista Cine
Llevo siguiendo la pista Stanich desde que una tarde un tal Metralleta Joe me acribillara a balazo limpio mientras iba en mi coche escuchando Radio 3. Desde entonces recorro el Camino Ácido tras sus pasos, con la tranquilidad de que siempre habrá algo que tomar durante el trayecto.No tengo ni idea quién es el Señor Stanich, pero tengo claro que ha pasado a formar parte de mi club de barbudos favoritos. Me gusta su forma de hacer música y las historias que cuenta, aunque a veces se difícil entender su pronunciación. Me lo imagino como una mezcla de Coque Malla e Ivan Ferreiro que espera en un cruce recordando a Robert Johnson mientras decide que dirección tomar. Para hacer la espera más llevadera va tomando tragos de tequila y piensa si girará a la izquierda rumbo a Ciudad Lisergia o hacia la derecha camino a Peyote Town.He estado a punto de atraparlo en dos ocasiones y dos veces se me escapó. Ambas fueron dolorosas pero una más porque vino acompañado de parte del club de barbudos favoritos, estos procedentes de tierras arizónicas. Por eso le aviso y le advierto que a la tercera no se me escapa ya que ardo en deseos de ver como se las gasta este elemento fuera de las pistas digitales y con un buen puñado de testigos delante de él. Y agradecerle el guiño de haber incluido en su camino una versión del Río aquel, una canción que significa mucho para mí.