Ayer el Gobierno dio a conocer el anteproyecto de la llamada Ley de Transparencia, Acceso a la información pública y Buen Gobierno. Nada más efectivo que poner un buen título para esconder la letra pequeña, las excepciones, los peros, las excusas para, en la práctica, convertir lo que podría ser un ejercicio de democracia en una ley del silencio, del silencio administrativo y sustituir aquello de que Quien calla otorga por un Quien calla, niega. La negligencia institucional, la desidia o la mera dejación encumbrada a resolución negativa. Con lo bien que sonaba y resulta que esta ley, cuando se publique en el BOE, será una nueva oportunidad perdida, un nuevo mareo de la perdiz para evitar levantar algún velo en lo que a decisiones administrativas aleatorias se refiere. Nada queda transparente, sólo apenas translúcido, intuido. Los altos cargos políticos, además, blindan su armario ya que podrán aceptar regalos que se encuentren dentro de la amplio espectro de la cortesía. ¿Es cortés regalar un Vuitton o un Rolex? Seguramente, sí. ¿Y un Jaguar? Eso es todavía más cortés, claro. El silencio administrativo les dará la razón y se la quitará a quien indague. Hay silencios que mienten.