Revista Viajes
SILOSWWW.EL-REINO-DE-VERBANIA.BLOGSPOT.COM
¿A qué huelen las palabras? Barruntaba (conjeturaba) un spot publicitario hace algún tiempo. A mí Silos me huele a sotana raída de monje dominicano, me huele a incienso de catedral “capitalicia” y a canto gregoriano, si es que tal cosa puede imaginarse siquiera. En mi mente, Silos tiene forma de monasterio y de coro masculino de voces unísonas que resuenan como ecos celestiales bajo la mirada imperturbable de una bóveda románica y un altar muy espartano. Silencio, retiro espiritual y un claustro dominado por árboles frutales y el murmullo de una fuente que derrama un chorro modoso (que guarda compostura) de agua cristalina. A eso me huele a mí Silos, a calma y recogimiento.
Ubicado a 57 km de Burgos me sale al paso este monasterio de monjes benedictinos. Hay que retroceder hasta el siglo X, con Fernán González como primer conde de Castilla, para tener noticias del convento. La villa de Silos es pequeña y coqueta, estilo medieval. En esta línea primigenia quedan ya tan sólo la Puerta de San Juan y la de Calderera. Pero sin duda el mayor estímulo se encuentra en el visitado y conocidísimo monasterio. Pago religiosamente la entrada, 3,50, y accedo enseguida al fascinante claustro románico, siglo XII-I. Me cuentan que este lugar debe su reputación y áureo renombre al denuedo del monje Domingo Manso, quien en 1041, transferido desde el monasterio de San Millán de la Cogolla, reforma el monasterio. Es precioso el artesonado policromado y las columnas gemelas, abrazadas en el tiempo inmemorial. En la galería norte inferior se halla el sepulcro de Santo Domingo. Mi mirada es remisa a abandonar el claustro y por eso se ha quedado prendada de los capiteles de las columnas, rematadas con relieves de ábacos, arquivoltas y ajedrezado de Jaca. Esta es la mano del hombre artesano que esculpe ycincela, crea prodigios sobre la superficie dura de la piedra. Capiteles diferentes que hablan de motivaciones diferentes, que forman parte de un momento histórico de recreación e inspiración.
Más espiritual se me antoja el “oasis” o vergel hortícola en medio del claustro. La serenidad, atrapada en la raigambre del tiempo, me susurra y me conmueve.
Longevidad inconmovible es lo que representa el ciprés añoso que se erige allí en medio, como un vigía de todos los siglos vividos. 150 años acompañando las penas y alegrías de este recinto señero, recluido.
Sigo caminando para toparme con la maravillosa imagen de Nuestra Señora de Marzo, siglos XIII-XIV. Son magníficos algunos de los relieves, en su día coloridos como una festiva primavera floral. Destacan sin duda, reclamando mi atención, el de “Anunciación y coronación de María” siglo XII y el de “El resucitado y Tomás”, siglo XI.
En otra línea dispareja abordo ahora la umbrosa concavidad de la pequeña rebotica y el museo, que también es modesto y que me permite adivinar el contorno del pretérito refectorio, hasta el año 1970. Un incendio puso fin a sus días de manduca (almuerzo) en reverente silencio.
También encomiable es la “Virgen de la manzana”, fabricada en talla de madera policromada y dorada del siglo XV, o el arca del Jueves Santo. Y para rayar en la obscenidad del boato, el ostensorio de bronce y piedras semi-preciosas, o sea, una de esas cosas que te hacen meditar sobre la ambigüedad del estatus clerical y sus comentados votos de pobreza. Pero el paradigma de esta brutal incongruencia por antonomasia tiene su cúlmen en el suntuario Vaticano papal.
Concluye esta crónica de Silos con un par de indicaciones más sobre el monasterio, que es a fin de cuentas la guinda de un pastel de renombre mundial. Hubiese querido festejar con mayor derroche palabrero las cualidades de la propia villa, pero en realidad caben en un puñado de adjetivos y definiciones lo que nos espera en sus calles. Como siempre digo, la mejor manera de ampliar la información obtenida es a través de los ojos propios y unos pies infatigables que no le tengan miedo al recorrido desconocido y menos turístico.