Revista Cultura y Ocio

Siluetas del pasado

Publicado el 21 octubre 2020 por Molinos @molinos1282

Siluetas del pasado

Willy Ronis

El otro día le expliqué a mi hija qué eran las páginas amarillas. Me miró con sorpresa. Para ellas la vida antes de internet es casi un pasado mitológico lleno de leyendas y seres fantásticos que ya no existen, que solo pueden conocer porque los mayores de la tribu: mi madre, mis hermanos, su padre y yo, les hablamos de ellos. No sé si ellas tienen la sensación de haberse perdido un pasado mejor, un pasado más chulo o más acogedor. Recuerdo cuando mi madre me hablaba del sereno de nuestro barrio y como nos abría el portal cuando llegábamos por la noche desde Los Molinos y nosotros, mis hermanos y yo, dormíamos en el coche. Cada vez que mi madre me contaba esas historias yo echaba de menos no haber conocido al sereno. Me pasaba lo mismo con los tranvías de Madrid o con los guateques en el bar Zacarías en el que se conocieron mis padres, con su cocinita de juguete en la que ardía un fuego de verdad y con el lechero que les traía las botellas a casa.

No sé si es la pandemia, tener cuarenta y siete años y medio, que mis hijas sean ya mayores y autónomas o un estado de ánimo a juego con mis canas pero me siento nostálgica. Me sorprendo enumerando cosas que ya no existen y no son solo objetos, son también sensaciones, palabras, rutinas, hábitos. Por ejemplo, ya casi nadie hace embozos. Muy pocos saben lo que es un embozo y yo, sin embargo, debajo de mi edredón con su preciosa funda echo de menos una sábana y un embozo. (Sí, he escrito tres veces la palabra, como si fuera un conjuro de la Bruja Novata para que  no se pierda la palabra). Echo de menos los teléfonos fijos. Sí, sé que eran un engorro, que no saber quién te llamaba te exponía a tener que hablar con gente con la que no querías hablar, que no podían silenciarse (bueno, sí se puede. Mi amigo Juan lleva con el teléfono descolgado desde que comenzó el siglo) y que siempre sonaban en la siesta pero los echo de menos. Un callejero. Algo que cualquier conductor guardaba en la guantera de su coche porque ¿Cómo ibas a saber llegar a la calle Garabito sin callejero?  ¿Quién sabe usarlo ahora? Sí, es cómodo que una voz te vaya guiando y  el callejero tendía a deshacerse y era incómodo y faltaban calles pero echo de menos esa sensación de buscar tu camino en vez de sentirte como un personaje de videojuego manejado por una voz que te dice a 200 metros gire a la derecha.  Echo de menos no saber qué tiempo hará mañana, levantarte sabiendo que a las tres de la tare lloverá está muy bien, te permite hacer planes, dejar la ropa tendida dentro y elegir el calzado adecuado pero es tan poco emocionante. 

Las páginas amarillas, los tocadiscos, los teléfonos de rueda,  el quedar con los amigos a base de pasear y con suerte encontrarte, el bono metro que se picaba en una máquina, las fotos en papel, estas cosas van perdiéndose poco a poco porque así tiene que ser, porque nada es eterno. Yo no conocí las tiendas de sombreros, ni a las chicas con falda lápiz para  vestir a diario, ni a lo serenos, ni los guateques, ni muchísimas otras cosas porque se fueron desdibujando hasta desaparecer. Pero , ahora mismo, hay otras cosas que están desapareciendo de golpe, que se están esfumando ante nuestras narices y que mis hijas serán capaces de recordar: el tiempo en el que podías ir por la calle sin mascarilla, la seguridad de una rutina, el contacto físico con otra persona, los conciertos, llorar al lado de un desconocido que está sentado pegado a ti en una butaca en el teatro, los folletos de las exposiciones, las consignas en los museos, los aeropuertos abarrotados...

Sí, sí, sé que quizás estoy exagerando. "No seas dramas, todo volverá". Quizá no, quizá se han perdido para siempre.  Una de las características de las cosas que desaparecen es que no saben que están desapareciendo, creen, creemos, que permanecerán para siempre porque ¿Cómo vamos a desaparecer? 

Los objetos, las rutinas, las sensaciones, las palabras, los oficios, las faldas lápiz, los cardados y los tranvías desaparecen. Y todo va dejando una silueta, como la que se traza en las películas con tiza alrededor de los cadáveres, para que, por lo menos, no las olvidemos. 


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