La intimidad de la habitación humana es asimétrica, y el espacio público es simétrico. Pero también cuando alguien quiere hacerse un casoplón para impresionar a los vecinos o a los viandantes -es decir, para hacerlo público- es frecuente que lo diseñe con simetría especular, aunque para ello tenga que hacer una de dos: O darle al baño la misma ventana que al comedor o hacer dos baños y dos comedores simétricos. Por supuesto que ambas cosas de una manera innecesaria; tan solo por aparentar.
A nadie se le ocurre hacerse una casa así para estar a gusto y disfrutar. El status, la dignidad ante terceros, la obligación de dar envidia son cargas muy pesadas y muy duras. Hay que sufrir mucho y aburrirse mucho -y renunciar a la intimidad- para mantener el listón tan alto.
Es el debate, del que ya hablamos, de la intimidad frente a la apariencia. Muchos -los simetristas- tienen la necesidad de aparentar en su vida privada, que de alguna forma deja de serlo para hacerse pública(1)(2). Y, desde luego, los edificios públicos tienen la obligación de anunciar su función y, por ello, de aparentarla.
Ya dijimos que, en este sentido, Oiza y Wright justifican que los edificios públicos sean simétricos y las casas no. Oiza contaba una anécdota con su suegra y él perdiéndose en Barajas porque la estructura arquitectónica del aeropuerto no era claramente legible.
La simetría hace que la composición sea previsible y hace su lectura y su comprensión muy fáciles.
Oiza dijo: "Lo público es lo universal e inteligible antes de su uso, y lo privado es lo que solo en su uso se comprende. Lo público, para ser tal, tiene que ser evidente antes de ser consumido. La diferencia que puede haber entre la privatización de un objeto y su publicidad consiste en que el objeto que es de uso público es un objeto inteligible aun antes del uso"(3).
Siguiendo con lo privado y lo público podemos decir que la intimidad de cada uno es imprevisible y libre (y por ello asimétrica). Pero la sociedad como conjunto es previsible y no es libre. Está determinada (y en eso la relacionamos con la simetría).
Por ejemplo: La DGT puede estimar con bastante precisión cuántos accidentes de tráfico va a haber durante la próxima Semana Santa, pero (afortunadamente) no sabe quiénes van a ser los afectados. También las autoridades sanitarias saben cuántos nuevos casos de tal enfermedad se van a dar el año que viene, pero (de nuevo afortunadamente) no saben quiénes serán los que enfermen. También se sabe que si se sube el IVA en tal porcentaje el consumo va a bajar en tal otro, y el paro va a subir tanto o cuanto, pero tampoco saben si como consecuencia de ello yo compraré tal cosa o me quedaré sin trabajo. Y así todo.
Es decir: Los conjuntos de población son previsibles; los individuos no lo somos.
Es el reino de la estadística. La estadística nos da casi certezas sobre los "números gordos", pero en nuestra intimidad de personas individuales no puede entrar. De nosotros como individuos ni sabe ni puede saber nada.
De la misma manera, la física cuántica, utilizando herramientas estadísticas, conoce las leyes de lo macro, pero no de lo micro. Un martillo es un objeto rígido, contundente, que mantiene su forma y sus propiedades, pero las partículas que lo componen no paran de moverse y de cambiar, y no podemos decir nada de ellas. (¿Os imagináis que la sólida cabeza metálica de un martillo por dentro está bullendo, zumbando, bailando, volviéndose loca?)
El principio de incertidumbre de Heisenberg nos habla del desconocimiento angustioso que tenemos (y siempre tendremos)(4) sobre las partículas, pero de los objetos grandes sí tenemos certidumbres.
En definitiva, la física moderna nos dice que el mundo puede ser cognoscible si miramos lo grande y las apariencias, pero si queremos penetrar en la intimidad de su estructura no podemos saber nada. De alguna manera (permitidme la acrobacia) la simetría nos da la esperanza de poder conocer y de quedarnos tranquilos. La asimetría no solo es agotadora, sino desasosegadora.
Pero la muerte sí es simétrica: los muertos yacen hieráticos y simétricos mientras que los vivos no dejamos de movernos, de molestar, de decir inconveniencias y de salir por donde no se nos espera. Afortunadamente.
NOTAS (HOY SON BUENAS):
(1).- Quien se hace una casa simétrica renuncia a su intimidad, a su vida personal, para darse a la colectividad. Quien se hace una casa simétrica es capaz de sentarse incómodo en su salón, de ver la tele con reflejos o de tener la cocina a trasmano para que quienes paseemos por la calle admiremos su casa y disfrutemos. Esto supone una gran abnegación y mucho amor al prójimo. En ese sentido la casa del rey Felipe, de la que hablamos el otro día, representaría su compromiso con la patria y su renuncia a la vida privada.
(2).- También a menudo quien se hace una casa simétrica es alguien que no tolera la imprevisibilidad de la vida, la incertidumbre, la aventura del qué va a pasar, del qué ME va a pasar. Para mucha gente la vida es un duro trance de caos y de circunstancias inciertas. Necesitan rigidizarla. Necesitan que lo órganico-natural-vital se haga duro y geométrico, y que se embalsame en la seguridad de un mausoleo.
(3).- La cita se la debo a Ekain Jiménez Valencia, arquitecto y acuarelista vitoriano.
(4).- La primera vez que tuve noticia de este principio pensé que se refería a que todavía no teníamos ni las herramientas ni los conocimientos necesarios. Fue duro admitir que no se trata de esto, sino de que la propia estructura de la materia, su pura esencia, es así, y su indeterminación es ontológica.