Estamos hablando de una mujer que sí tendría una buena lista:
Número uno: discriminación. Es samaritana, odiada por los judíos.
Número dos: prejuicio por su sexo. Es mujer, despreciada por los hombres.
Número tres: está divorciada, y no una ni dos veces. ¿Cómo sale la cuenta? ¿Cuatro? ¿Cinco? Cinco matrimonios fracasados. Y ahora se acuesta con un tipo que no le pondrá un anillo en el dedo.
Cuando hago toda esta cuenta me imagino a una mujer sentada en el taburete de un bar, a punto de volverse loca. Voz ronca, aliento a tabaco y un vestido escotado arriba y corto abajo. Ciertamente no es lo más fino de Samaria. Nunca se le ocurriría a usted ponerla a cargo de la clase bíblica para damas.
Por eso lo que Jesús hace nos parece tan sorprendente.
No sólo la encarga de esa clase, sino de evangelizar toda la ciudad. Antes de que acabe el día toda la ciudad ha oído hablar de un hombre que afirma ser Dios. «Me dijo todo lo que he hecho» (Jn.4:39), les dice, sin expresar lo obvio: «y me amó a pesar de todo».
Un poco de lluvia puede cambiar el tallo de una flor. Un poco de amor puede cambiar una vida.
Quién sabe cuándo fue la última vez que a esta mujer se le había confiado alguna responsabilidad y ¡mucho menos las mejores noticias de la historia!
Escuche esto: No es que a usted le hayan rociado de perdón. No es que le hayan salpicado de gracia. No es que le hayan cubierto del polvo de la bondad, es que le han dado un baño de todo ello. Está sumergido en la misericordia. ¡Deje que esto le cambie!
¿Acaso el amor de Dios no hace por usted lo mismo que hizo por la mujer samaritana? Él se la encontró llena de basura y la dejó llena de gracia.
(Extracto del libro “3:16 Los Números de la Esperanza”, Max Lucado)
Bendiciones!