Revista Maternidad

Simulacros

Por Mamaenalemania
El trabajo de mi marido incluye muchos viajes.
Al principio me sentaba bastante mal. No por el viaje en sí, sino porque tiene delito que en 4 años que pasamos en Berlín (con toda su vidilla, posibilidades y humanos por la calle) no viajase nada y, ahora que estamos en el mierdapueblo (con todas sus…mmm… ¿persianas bajadas a las 4 de la tarde?), se recorre medio mundo todos los años (sin mí).
El otoño pasado, con el Tsunami vaticinado para principios-mediados-finales de noviembre (ya se sabe que esas cosas nunca se saben, ahora estás así, pero igual dentro de una hora has parido), no hubo viajes estelares.
Pero ahora, con el recién horneadito a punto de cumplir 4 meses, tiene (o eso me dice, aunque me consta que se ha apuntado voluntariamente a todo lo que había disponible) que volver a hacer las maletas.
Vamos, que durante los próximos 3 meses mi Kindermacher va a estar disponible semana sí, semana no.
Con un bebé bipolar que no ha cumplido los 4 meses, otro que tampoco llega a los 18 (meses, se entiende), pero sí a todos los rincones potencialmente peligrosos de la casa y un niño de 4 años y medio que ha descubierto (y se está aprovechando de) que mamá no es tan rápida con 2 niños en brazos, no se puede dejar nada al azar. Nada.
No falta nada que comprar. Los desayunos/comidas/meriendas/cenas de los próximos meses están planeados al gramillo. Hay leña suficiente. Y cerillas. EL coche tiene el depósito lleno. La lavadora funciona perfectamente. Y un largo etcétera que llevo organizando con precisión germana desde hace un par de semanas.
Hace un par de semanas, además de todo esto, empecé también con los simulacros a la hora zafarrancho. Supongo que la más problemática y caótica del día en cualquier familia (y en las numerosas no lo supongo: lo sé). Me refiero, claro está, al momento baños-cenas-idas-a-la-cama.
Las demás horas del día (y de la noche) son el pan de cada día, así que las tengo más o menos controladas. Ja, ja, ja (risa de loca).
Lo bueno de los simulacros es que son eso, simulacros.
Siempre tienes la posibilidad de rugir un Cariñeeeeeeeen para que alguien venga a sacarte a un niño (de dentro) del váter y dejarte campo libre para arrebatarle a otro tu crema de La Prairie (preciado regalo de tu mamá) mientras sujetas a un tercero que, justo en ese momento, ha decidido que aprende a darse la vuelta encima del cambiador.
Siempre podrás mirar a otro adulto significativamente (o con ojos maléficos, que para el caso es lo mismo) para que venga a salvar la tortilla y a parar el concurso de eructos (porque si el bebé puede…), mientras tú te vas al sofá a sacar el provechito (del que depende gran parte de tu noche y de tu salud mental).
Siempre podrás susurrar en el babyphone pidiendo ayuda a tu marido para que acompañe al mayor a hacer caca ahora mismo (siempre tan tan oportuna ella) y le devuelva al pequeño, por quinta vez, todos los peluches que ha lanzado desde su cuna (incitado por el de la caca, por supuesto) y que necesita ahora mismo (cómo no), mientras tú ganas esos 45 segundos exactos que te faltan para que el pequeño cierre los ojos y los mantenga así las próximas 4 horas.
Siempre puedes pegarle una patada (entre aviso y vengadora) a tu compañero de cama para que vaya a comprobar si los mugidos del cuarto de al lado son una pesadilla o un sueño bucólico, y así poder terminar de alimentar al bipolar “tranquilamente” a las 4 de la mañana.
Después de 15 días, parece que he encontrado una combinación más o menos factible para que esté contento todo el mundo. Yo lo que estoy es agotada.
Y esto sólo ha sido el principio. Esta noche es la primera de 7 que me quedan para echar de menos a mi teutón. U odiarle. Porque esta noche no es un simulacro.

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