No me defino como cristiano como tampoco soy exactamente budista, ni hinduista, ni nada…. Considero las religiones como un sucedáneo del elemento espiritual que reside en nuestro interior. semejantes a radiofórmulas del espíritu. Y siempre preferiré la elevación de una cantata de Bach, o el desgarro de un Josele Santiago antes que cualquier manifestación más digerible y depauperada. Pero es evidente que las radofórmulas gozan de un enorme éxito popular, igual que las religiones.
Digresiones aparte, pese a mi areligiosidad debo admitir un enorme respeto por los usos y costumbres que han perdurado a lo largo del tiempo. Siempre afirmo que si un fenómeno ha superado la criba del tiempo será porque, en cierto modo, cumple una función. La evolución es inmisericorde con aquello que no opera.
Fijémonos ahora en la institución de la confesión, tal como la entienden el cristianismo y sus derivados. La confesión es guay porque nos permite volver a empezar. Es la solución social (también espiritual pero lo uno es reflejo de lo otro) para integrar nuestra naturaleza imperfecta. La evidencia de que no tenemos ni puta idea de qué hacemos aquí y que el único modo de avanzar es el ensayo-error (iluminaciones aparte). “El que tiene boca se equivoca” dice el refranero y o nos concedemos un mecanismo de perdón o desmontamos el chiringuito. Hasta el procesador de textos desde el que estoy escribiendo tiene la función “deshacer” e imaginaos, por un momento, que no fuera así….
Abundo en la perdurabilidad como argumento pero, además, es que su mecanismo de ejecución está muy bien articulado: El reconocimiento del error, el arrepentimiento (señal inequívoca de la toma de conciencia), la propia confesión (mejor en privado ante la figura del sacerdote que debiera ejercer exclusivamente de canal), el propósito de enmienda y la penitencia (como mecanismo mnemotécnico, no de humillación) y al fin el perdón (uno de los sentimientos más sagrados que uno pueda experimentar) son un reflejo muy exacto de cómo opera nuestro espíritu.
Creed si afirmo que sé bastante sobre crisis y por eso me alarmo cuando veo lo que está sucediendo en las postrimerías de la última. Admitamos que se obró con ignorancia (sabemos que no fue así pero tomémoslo como hipótesis de trabajo),que nadie trató de engañar, especular, ni aprovecharse del prójimos, que no se vieron venir las consecuencias (ya, ya… todo falso pero continuemos…), que nos llegó la mierda hasta el cuello y entonces… ¡todo siguió igual! Precisamente, este seguir igual valida la hipótesis de que la crisis fue premeditada y que al igual que en las novelas de misterio, el beneficio del delito señala los culpables. Negarse a confesar invalida cualquier pantomima de arrepentimiento y por tanto la conciencia de los errores cometidos. Y por tanto no fueron errores: sino cálculo, tan premeditado como perverso.
Si me sigues, sabrás que me gusta definir la el último crack como “la crisis de la codicia” (si no, deberías leerme más). Esa codicia es la que habría que depurar pero no parece que haya intención de hacerlo. Al contrario, hemos decidido maquillar al muerto y volver a ponerlo en la verbena como si nada hubiera pasado, a pesar de que el cadáver ya atufa. Otra ronda que aquí no ha pasado nada, claman algunos con la sonrisa en la boca. Pero sí ha pasado: Y todo ese sufrimiento no puede ignorarse; so pena de incurrir en el castigo humano que, a las bravas y como demuestra la Historia, termina siendo mucho más cruel y menos misericordioso que el divino.