Cuatro años hace ya que no escribo aquí, aun así, el link sigue en mi firma así que he pensado ¿Y porque no? Resumen: una boda, un funeral, una pandemia mundial, un nacimiento y otro funeral*. Chin Pum.
Aunque lo más impactante es el nuevo don que he adquirido. En los últimos 7 meses todo el mundo se para hablar conmigo y me explican su vida. La pandemia del covid19 da sus (esperemos) últimos coletazos. Todos vamos con mascarilla por la calle e intentamos mantener la distancia social. Lo que debería aumentar el anonimato ¡pero no! La gente se acerca y entabla conversación como si fuéramos a ir juntos a un concurso de esos de la TV donde tienen que demostrar lo mucho que se conocen para ganar un millón de euros. Es horrible ir por la calle. Pongo por ejemplo esta mañana. Salgo con la idea de comprar un exprimidor nuevo. Evito la calle de la frutería porque sé que no puedo pasar sin que me enseñen sus fotos del móvil o me expliquen la última novedad. Caminando por calles secundarias llego al Miró pero el dueño me reconoce y entabla una conversación banal de la que apenas sé salir. Al salir una señora, que no he visto jamás, me saluda con la mano y me sonríe de forma exagerada. Huyo de vuelta a las calles secundarias. El ratoncito Pérez acaba de mudarse así que paso cerca de su casa para ver cómo le ha quedado. Hago una foto, rápida con el móvil que ya tengo en la mano. Y un señor en la portería de al lado aprovecha ese microsegundo para sonreírme y hablarme como si realmente pensara ganar el millón de euros. Me escapo diciendo “adéu, adéu”. En mi camino me cruzo con una tienda de golosinas, me meto un momento para comprar, salgo de ahí 15 minutos más tarde y conociendo el historial médico de la dueña. Eso sí, ni un descuentito. De vuelta a casa con paso acelerado dos señoras de 80 años empiezan a hablarme muy amablemente para acabar metiéndome bronca por algo de los calcetines. Ya en la escalera me he encontrado a Elisabet y Pepe, dos vecinos de finca. Fidel Castro no le llegaba a la suela de los zapatos a la señora Elisabet. Esto sí que son discursos largos. Y de fondo siempre la misma cantinela: ¡Qué ojazos! ¿Cuánto tiempo tiene? ¿Cómo se llama?
He puesto aceite a la puerta de casa para no hacer ruido al meter la llave.
*Ah! me he comprado una moto nueva.