Androide: metáfora, símil, sinónimo, simple sentido figurado para aludir a Juan, Pedro o Manuel y a cualquier integrante del cuerpo electoral; autómatas que también pudieran ser María, Ana o Isabel. Prototipos de honrados ciudadanos que constituyen la piedra angular de una sociedad conformista y escasamente democrática. Frente a ellos, un poder político y mediático que procede como si estas personas hubieran sido robotizadas, como si no tuvieran capacidad de pensar por sí mismas; como si fueran simples máquinas de votar, a las que hay que engrasar para que, en el día convenido, emitan el voto adecuado.
En estos días la política, más que una disputa de ideas y proyectos es un combate más encarnizado por ocupar los espacios de los afines sociológicamente que por derrotar a los contrarios. Una lucha por el poder en la que cada formación piensa ganar en virtud de lo que pueda restar a la otra. Los ciudadanos quedan, quedamos, relegados al papel de simples espectadores para aplaudir, desaprobar y, cada cierto tiempo, votar.
El espectáculo de las sesiones de investidura ha estado entretenido pero decepcionante. Desde la oratoria decimonónica y altiva de quien argumenta como si ignorase que éste es un sistema parlamentario, a la estridencia en las formas. A valorar, el intento quimérico en lo transversal de Pedro Sánchez o la contundencia y claridad de Alberto Garzón que dijo lo que había que decir de manera didáctica y como corresponde, poniendo la economía y el compromiso social por delante de la unidad o fragmentación territorial.
Por lo demás, sin novedad en el Congreso. Todo parece distinto, todo sigue igual. Indumentarias a parte, la mayor innovación es la decisión de los electores al configurar un reparto inédito de escaños. No hay novedad ni en los discursos ni en los desprecios o insultos. El Congreso ha sido testigo de palabras, mentiras y desplantes más despreciables que los vertidos en estas sesiones. No se asusten los castos de oídos; la hemeroteca de las legislaturas de Zapatero, por ejemplo, está repleta de casquería mucho más pestilente y radical.
Aunque escéptico, decepcionado. Esperaba la posibilidad de un acuerdo, de un pacto de mínimos o de máximos pero en todo caso de un consenso suficiente para atender las necesidades más urgentes. Pactar implica confiar, expresar una mínima dosis de respeto y predisposición para cumplir lo acordado. Quienes ocupan el Congreso están obligados a reflexionar sobre lo que ocurre fuera de la política partidista, demoscópica o parlamentaria, porque fuera hay una situación de emergencia social donde proliferan hombres, mujeres, niños y viejos con muchas necesidades, donde no hay empleo suficiente -el que se crea resulta insuficiente y precario-, donde hay mucha injusticia y donde crece la desigualdad.
Toda acción política necesita un discurso coherente y, no siendo el envoltorio lo sustantivo, precisa de una actitud acorde y algo de complicidad y empatía en el empeño. Desterradas las mayorías absolutas y gibarizado el bipartidismo, se transmite cierta incapacidad para el acuerdo. ¿Habrá que encontrar la solución en sucesivos procesos electorales hasta que alguno obtenga una mayoría que le permita gobernar como en el pasado? ¿Repetimos elecciones hasta que nuestra opción política sea la predominante en nuestro ámbito ideológico? Chungo.
Ojalá un día, Juan, Pedro e Isabel, piensen más allá de consignas y afinidades. Ojalá se lo hagan comprender a los aparatos de los partidos, porque sólo cuando dejemos de actuar como simples máquinas susceptibles de ser programadas para votar conformaremos una sociedad libre y democrática.
Es lunes, escucho a Hans Koller Quartet:
Algunos post interesantes: El tiempo perdido. Una investidura en positivo Al alba Intervención por alusión Reflexionando sobre el debate de investidura La casa dorada/17 Capacidad de síntesis Han asesinado a Berta Cáceres El fin de las ideologías Fallida sesión de investidura de Pedro Sánchez La emoción llega al Congreso
http://wp.me/p38xYa-1Ii