Desaparece del mundo un actor que forma parte de nuestra memoria cinematográfica y cuya presencia nos predisponía a ver cualquier película: Omar Sharif. Murió a los 83 años ayer viernes en El Cairo, su país natal y donde volvía cuando dejaban de relucir las estrellas rutilantes de su fama. Murió como muere cualquiera que ha vivido lo suficiente para cumplir con su propósito vital. Pero con Omar se va también parte de nuestras vidas, en las que nos asomábamos al cine a fantasear con amores y soñar con héroes. Murió de un ataque al corazón como el que interpretó cuando parecía haber visto a su amada Lara desde la ventanilla de un tranvía y pretendió alcanzarla: su cuerpo enfermo y debilitado no pudo realizar aquel esfuerzo, más sentimental que físico, que hizo fallar a su corazón. Personaje y persona mueren de la misma forma en una identificación que el público ya había asumido cuando asistía a sus películas. En Dr. Zhivago bordaba el papel de médico tierno, sublime, atrapado entre las vericuetos de la revolución bolchevique y un amor imposible a una mujer víctima del poder (magníficamente interpretada por Julie Christie), que le valió el segundo Globo de Oro de su carrera de actor, en 1966. Ya entonces era un actor de renombre internacional al que Hollywood acudía cada vez que precisaba de un personaje no anglosajón, pero creíble, hondo y atrayente para el público. Lo había demostrado en Lawrence de Arabia, en 1962, codeándose con los “grandes” de la pantalla como Peter O´Toole, consiguiendo entonces una nominación a los Oscar y su primer Globo de Oro.
Y es que Omar Sharif era mimado por las cámaras, donde reflejaba magistralmente la ternura a través de esos ojos grandes, expresivos y húmedos que dominaban su rostro. Podía hacer de malo, pero encajaba a la perfección en personajes bondadosos e ingenuos. Así, y gracias a su talento interpretativo cultivado desde la adolescencia, consiguió ser uno de los grandes actores de la época dorada del cine americano y, por tanto, de formar parte de nuestro bagaje cultural y sentimental. Por eso lamentamos su muerte como la de tantos otros que también han desaparecido de nuestro universo imaginario –Rod Hudson, Paul Newman, Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Gregory Peck, etc.-, en el que nos refugiábamos para vivir otras vidas, épocas y aventuras fantásticas, dejándonos sin referencias y huérfanos de ídolos que nos hagan olvidar, al menos durante unas horas, la insoportable mediocridad de nuestra existencia.
Se ha ido Omar Sharif y con él una parte de nosotros mismos. Descanse en paz.