Y hablando de perdones, jodido Futbolín, no sé si viviré bastante para llegar a perdonarte porque me has obligado a algo que aborrezco definitivamente, desnudarme.
Llevo por estos lares de internet el tiempo suficiente para haber aprendido que está, como todos los universos humanos, poblado de legiones de canallas a los que no se les debe de dar ninguna ventaja, por eso he ido callando como he podido cuál es mi verdadera condición: soy un hombre profundamente religioso pero no soy católico ni siquiera cristiano, creo en Dios, sin más y no me gusta demasiado hablar de esto porque me considero no sólo viejo y además anticuado sino desnudo y expuesto a los salvajes ataques de esos deístas descreídos que son los ateos y agnósticos.
“Un soneto me manda hacer Violante”, joder, Futbolín, eres un tío cojonudo, vas por ahí, como el que no quiere la cosa, soltando miguitas que no hacen sino constituir un pan como unas hostias: un día, que tengas tiempo, me decías más o menos, me da una pereza invencible, busca la cita literal, nos hablas de cómo la ética cristiana nos ha moldeado a los católicos, hala, ahí tienes ese hueso, jodido y maldito perro, a roerlo, si eres capaz. Y no lo soy.
Entre otras cosas porque esto que me pides lo hizo ya hace mucho tiempo uno de los cerebros más privilegiados que ha dado nuestra estirpe y yo sería un perfecto gilipollas si me metiera en su terreno.Pero, remitiéndote a Max Weber y a sus magníficos ensayos sobre las éticas católica y protestante y a las consecuencia económicas, sociales y políticas que provocaron en las sociedades de sus respectivos predominios, voy a pergeñarte yo aquí, en 4 puñeteras líneas, mi particularísima visión del asunto.Un católico se diferencia de un protestante en que es un tipo mucho más cómodo, mientras el protestante carga con el pesado fardo de sus pecados toda su puñetera vida, el católico va al confesonario que le pilla más cerca y se descarga de ellos para siempre, pero de una manera tan definitiva que no vuelve siquiera a acordarse de ellos.
Un católico prototípico es Aznar y recientemente se le ha agregado seguramente porque él lo convirtió ni más ni menos que Toni Blair, sólo nos falta el jodido Bush para tener al completo al trío de Las Azores.
Para Aznar el mundo es un auténtico paraíso terrenal por el que él puede discurrir haciendo todo lo que le dé la gana porque para eso no sólo es católico sino además del Opus Dei o de los legionarios de Cristo o de cualquier otra de esas sectas que algún otro de los discipulos del Cristo fundó. Quiere decir esto que puede ir por el mundo haciendo lo que le salga de sus renegridos cojones porque luego, con hacer contricción, decir que se arrepiente ante un cura en el confesionario y rezar la más minúscula de las penitencias, uno puede asesinar impunemente a un millón de inocentes personas sólo por hallarse situadas encima de un océano de petróleo y santas pascuas, aquí no ha pasado nada porque para eso, joder, tenemos la confesión.
La idea resulta tan atractiva que ha resultado realmente irresistible para el cantamañans de Toni Blair, al que el inefable falangista convirtió en las largas sesiones amistosas de esas lagunas puñeteras cuyo nombre no recuerdo ahora en las que los presidentes españoles pasan sus vacaciones.
En cambio, no lo sé, pero estoy seguro de que es así, ese borracho irredento que es Bush todavía no se ha repuesto, quizá no se reponga nunca del más espantoso de los crímenes de estos jodidos tiempos, la invasión y el exterminio de Irak, sólo, sólo, sólo, para asegurar el aprovechamiento petrolífero de sus yacimientos para las petroleras del canallesco Dick Cheney, autor en casi la sombra de todo esto y al que un dios cualquiera ha castigado haciendo que una de sus herederas sea homosexual, lo que para uno de estos fundamentalistas debe de ser un tragedia realmente insuperable.
Como ya habrás adivinado, el quid de la cuestión estriba, mi querido amigo, en cómo enfocan cada uno de ellos la cuestión del pecado.
El pecado somos nosotros, quiero decir que cada uno de nosotros es lo que son sus pecados, de modo que de la actitud que adoptemos ante el pecado depende íntegramente nuestra manera de ser, si tú eres un canalla completamente irresponsable, si te desentiendes de las consecuencias de todo el mal que has hecho, si eres un miserable irresponsable capaz de arrodillarte en un confesonario y descargarte allí de las consecuencias de tus propios actos, de todo el mal que has hecho, eres un condenado católico
Porque hay una insalvable diferencia entre ese tío que acepta su propia condición casi sobrehumana de pecador impenitente que tiene que luchar toda su puñetera vida con los estigmas que sus pecados han inscrito en su carne, que sabe que no tienen perdón, y que por ello, porque nadie le ha redimido, porque nadie le va a redimir nunca de sus culpas, procura no acumularlas alegremente o, si lo hace, no levantará nunca la cabeza con esa alegría que representa el perdón, sino que acumulará a sus espaldas el interminable trabajo de Sísifo, portando para siempre la pesada roca de sus faltas y sólo descansará cuando los buitres le devoren las entrañas como a Prometeo, de modo que a lo mejor decide irse a una granja a cuidar cerdos, algo muy de acuerdo con su condición, hasta que viene a verle una prostituta que ha sido inutilizada para ejercer su ofició, a alquilarle sus servicios de viejo asesino, iniciándose así una epopeya digna del mejor Homero, en la que asistimos al aprendizaje de un asesino miope, y al ocaso de un hipócrita que mata legalmente a los que lo hacen a cuerpo limpio.
Veo, ahora, muy poco cine. A veces, pasan varios meses sin asomarme a la gran pantalla. Seguramente tengo que compensar aquellos 15 años que pasé visionando 6 ó 7 películas diarias, durante mi ejercicio profesional de la crítica de cine. He visto “Sin perdón”, de Eastwood, muchas veces, no me canso de verla, me parece la culminación no ya de una estética sino de una ética, si es que ambas, en la realidad verdadera, no son la misma cosa, pero esto, tal vez sería cuestión de discutirlo no en otro sino en muchos otros posts, creo que en dicho film, Eastwood culmina su ética de la transgresión, el mundo, para él, no es sino una especie de infierno en el que alentamos millones de pequeños asesinos, en el que Harry, el sucio, trata torpemente de administrar la única justicia que es seguramente posible, la de un matón.
Y es aquí, amigo Futbolín, donde yo te espero, divino impaciente socarrón, que te ríes todos los días de todos nosotros, después de haberlo hecho, a mandíbula batiente, de ti mismo, jodido canalla.
Si no has visto “Sin perdón”, vela sin tardanza, es la lección cosmológica magistral, de un genio capaz de asesinar a la criatura que él mismo creo equivocadamente, en un ejemplo de sentido de la responsabilidad personal único, que yo recuerde, aquella secuencia del asesino que abandona el hospital con su minúsculo maletín rumbo a un mundo que desprecia casi tanto como yo porque lo conoce casi tan bien como yo, es sencillamente antológica. Ahora mismo estoy escribiendo de "La Chica del millón de dólares”.
“Sin perdón” es una nueva odisea crepuscular escrita por un genio a la medida de Homero, todo se ha degenerado hasta el límite: Ulises sólo es ya un viejo asesino descreído que se dedica, torpemente, a la cría de cerdos, a la que su coprotagonista, una prostituta que ya no va a poder nunca seguir ejerciendo su oficio porque unos niñatos le ha desfigurado el rostro, le alquila sus buenos oficios de matón por 500 dólares para que la vengue de estos desaliñados canallas. El resto hay que verlo porque no se puede contar.
Toda la ética protestante está allí. Si uno es un jodido asesino será un asesino hasta que se muera porque no hay perdón, coño, nunca, nunca, nunca, y tenemos que vivir sin perdón si tenemos al menos la mínima decencia de responder siempre y para siempre de nuestras propias culpas, hay que tener auténtico sentido de la responsabilidad y no se puede ir por ahí, asesinando a millones de seres humanos mediante las más interesadas y canallescas de las guerras y, luego, eludir la responsabilidad arrodillándote unos minutos delante de un tipo vestido con sotanas que a lo peor está pensando en las ebúrneas piernas de su monaguillo.
Vivir en una sociedad así es el ejercicio de hipocresía más grande que yo he conocido.