Esta expresión me ha servido para comprender un poco mejor el que puede ser considerado como el mejor libro de metafísica, la Monadología de Leibniz. Sobre esta obra escribí algo que sigo mascullando de cuando en cuando, y fue el documento que preparé para una charla en la SFPA. Este es el enlace del artículo.
En la anterior entrada intenté ver la continuidad como un problema y que en tanto que se manifiesta en tal ámbito u otro, se debe a que funciona alguna solución o conjunto de soluciones. La discreción de éstas sólo es posible cuando el fracaso de la continuidad permite ver lo que funcionaba como la solución, y en qué consistía el problema. Los problemas de este modo no son algo negativo, sino la forma adecuada de ver las cosas. Las soluciones se dan, pertenecen a lo dado, los problemas se construyen, y la ocasión para ello es cuando algo no funciona. En realidad, si no es muy arriesgado afirmar esto, la vida (sea esto lo que sea) puede verse como aquello que afronta problemas y no se le dan todas las soluciones, para empezar el primer problema es el de la conservación.
Con Leibniz podemos echar un vistazo a lo natural a partir de dos principios, que recogemos de la obra de Ortega le dedica a este autor, y son los principios de continuidad, y de la identidad de los indescirnibles. Siguiendo con la propuesta de la entrada anterior el principio de continuidad remite a lo que funciona, el de los indescirnibles a aquello por lo cual el primero funciona como totalidad, aunque tenga la forma de un agregado. El ejemplo más adecuado, quizá, sea el de un organismo vivo, aquel dotado de un conatus o apetito de conservación, mientras se mantiene la apariencia es de que tal organismo funciona como es debido, sin embargo, parece bastante fácil observar que cualquier organismo vivo tiene dificultades en las acciones que lleva a cabo para su conservación. Este fracaso es el que da cuenta de las soluciones pasadas, que permitieron que el organismo (un león por ejemplo) continúe viviendo.
Las mónadas de Leibniz, como el conjunto de todas las soluciones efectivamente consumadas en el mejor de los mundos posibles, solamente tienen sentido en la superficie de los agregados (un organismo no deja de ser un agregado) que se conserva, que a pesar de todo tienen éxito en su apetito por mantenerse.
La ciencia o el conocimiento completo de todas las soluciones,y por tanto la explicación completa que reúna todos los agregados en una forma única, es para Leibniz una dificultad que no parece posible ser abordada por los hombres. El principio que articula la relación entre los problemas y las soluciones es el principio de razón suficiente. Este principio permite que aunque haya problemas que parecen no agotarse, y que nunca abordaremos la totalidad de las soluciones, sin embargo, es posible un nivel de conocimiento que puede satisfacer y evitar, entre otras cosas, el escepticismo y no caer en la mística, ya que incluso hay una manera de ser místico desde la ciencia.