Qué duda cabe de que la asociación de trabajadores en una gran empresa es algo positivo. Primero para los trabajadores, que podrán hacer piña para mejorar sus condiciones de trabajo, y segundo para los dueños de la empresa, que al tener trabajadores motivados tendrán una empresa más eficiente y por lo tanto más productiva y próspera.
Lástima que en este país la realidad se imponga. El 99% -hablo de memoria- de los empleados, trabajan en pequeñas y medianas empresas. Estas empresas tienen que cumplir con convenios de sindicatos burocratizados que en origen responden a la política de "entrismo" del Partido Comunista en los años 40. Con la Constitución, los sindicatos pasan a ser agentes sociales en la regulación laboral, lo que les burocratiza y hace que los intereses del sindicato estén por encima del de los trabajadores. Así, por ejemplo, tenemos a liberados sindicales que a cambio de lograr la "paz social" reciben jugosos estipendios. Por cierto, es muy interesante que nadie sepa cuántos liberados hay en este país.
La función más útil de los sindicatos en la actualidad (asuntos de despidos), es muy posible que pueda ser llevada a cabo sin mayor problema por abogados laboralistas. La organización sindical como amenaza constante a quebrar la "paz social" es a día de hoy superflua. En las últimas huelgas generales, vemos que tan solo en la gran industria se consiguen grandes movilizaciones, para el resto de trabajadores -la mayoría-, una huelga general no es muy diferente a un domingo o un festivo religioso.
El único medio de vida de los grandes sindicatos UGT, CC.OO. (y en las taifas ELA, CIG, etc) es la amenaza. Cuando los sindicatos dejan de ser correas de transmisión del sistema de poder, su apoyo popular -basado en el mito de la revolución comunista-, se sublima. La parte de la función sindical que comprende a las relaciones laborales, está explotada por los partidos políticos que son los que legislan estas relaciones. Así pues, no podemos esperar otra cosa que la paulatina desaparición de los grandes sindicatos orgánicos.
Constatar que los actuales grandes sindicatos están abocados a un cambio o a su desaparición, es tan solo responder a los dos grandes mitos en los que se basan. El primero, un mito de origen: organizar a la masa proletaria para llevar a cabo la revolución. El segundo: existe un universo laboral homogéneo, luego podemos negociar cualquier condición de trabajo en cualquier empresa de cualquier lugar. Este segundo mito se puede confrontar con la realidad y no resiste ni un minuto, pero aún así, la inflexibilidad sindical -la amenaza del uso de la fuerza- obliga a aplicar convenios tardofranquistas de industrias de polos de desarrollo económico a pequeños negocios de barrio. Se pone de manifiesto la irrealidad y el mito en el que viven los sindicatos del sistema que, una vez superada su necesidad -por el Congreso de los Diputados, por ejemplo-, tan solo tienen razón de ser como instrumentos de poder generosamente financiados. Aplicando la ley de Godwin, y salvando todas las distancias, son las SA.
La otra cara de la moneda en la demencial y obsolescente mesa de diálogo social de este país, es la patronal. Desconozco las cifras de afiliación, sobre todo por parte de microempresas y autónomos, a los entes patronales. Pero el caso de las grandes empresas que usan vericuetos legales para cometer semifraudes fiscales, es, y nunca mejor dicho, de juzgado de guardia. Otras correas de transmisión del poder que deben tener sus días contados.